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El Heavy Metal nuestro de cada día:

El Heavy Metal nuestro de cada día: Endless Forms Most Beatiful
En la voz tranquila y profunda de Richard Dawkins comienza el octavo disco de la banda finlandesa Nightwish, Endless Forms Most Beautiful (2015). En el preludio; la calma antes de una explosión; el famoso biólogo reflexiona...

domingo, 5 de junio de 2016

Otros Vicios (2010)

Confieso mi adicción. Me envician las cosas más naturales del mundo: el olor y roce de la piel humana, el sabor de la comida, la amargura del alcohol y el humo siniestro del cigarrillo premiando las anteriores. Me aferro al color de los tulipanes abiertos en primaveras frías, como también al pensamiento racional, seco y honesto. Pero, tengo un vicio nuevo que celebrar. Como sus hermanos, es fiel a su herencia genética. Todo empieza por la nariz.
    La adicción suele llegar tan desarmada como un mosquito: usualmente lo ignoras hasta que estalla de sangre en tu mano. La primera vez fue coincidental; colateral de un viaje de negocios. Supongo que pude, cómodamente, haberme quedado en el hotel aquella noche, pero la curiosidad me obligó a buscar la experiencia. A través de los años he mantenido oculta mi extraña dependencia; nadie entendería. Solo ocurre en el exterior, lejos de mi casa en el trópico ardiente. En cada viaje, la busco y la desespero, planificando con antelación los detalles y las oportunidades del lugar, nervioso como un niño esperando a que llegue la noche buena. Decir que hoy, ahora, al escribir estas palabras, extraño esas sensaciones, es como afirmar que el cielo es azul o que todos nacimos muriendo.  Mi cuerpo vive para esas memorias.
     Te juro que no exagero: una vez frente al polvo blanco, lo que resta es inhalar. El aire va entar pesado y seco por tu vestíbulo nasal, impactando el epitelio olfativo, haciendo vibrar levemente los cilios nerviosos. Esos vellos microscópicos, al bailar, generan chispas que excitan a la pituitaria y despiertan el hipocampo. El cerebro jamás olvidará. El mío, se inunda de serotonina, de placer. En poco tiempo tu nariz se va a rendir adormecida. Vas a sentir caricias en el rostro, como si unas delicadas plumas frescas y satinadas rozaran tus sienes. Pero eso solo es el principio. La sensación corre hacia la nuca, electrificando una ristra de poros en tu espina dorsal. Tus orejas comienzan a tornarse rojo sangriento. Tus labios se secan y tu aliento parece escarcha. Cada respiración comienza a ser una lucha, a la vez que las costillas se contraen, acurrucándose, buscando el calor del corazón. Entonces, no tienes más opción que ceder al escalofrío y que tu cuerpo entero empieze a titiritar y se te adormescan  las manos y los pies. Es en ese punto que comienzas a sonreir.

Epílogo:
     En mi último viaje el trance fue de tal magnitud que perdí la noción del tiempo y la memoria corta de escasas horas. Me encontré de rodillas en medio del paseo tablado detrás de mi hotel. Mi cuerpo no paraba de temblar copado de fría nieve  que seguía cayendo. Mis brazos se acurrucaban por dentro del abrigo de cuero que llevaba puesto. Varios transeúntes, estupefactos, trataban de decifrar  la enigmática escena en medio del filoso y constante viento. Para mi sorpresa, había escrito mi confesión en el suelo, raspando con mis uñas sangrientas el hielo blanco que se había adherido al concreto. Una oración sin principio ni fin, en un círculo, como una invocación mágica, me albergaba en su centro. Comenzé a leer las palabras alrededor de mi cuerpo...








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