El Heavy Metal nuestro de cada día: Endless Forms Most Beatiful
En la voz tranquila y profunda de Richard Dawkins comienza el octavo disco de la banda finlandesa Nightwish, Endless Forms Most Beautiful (2015). En el preludio; la calma antes de una explosión; el famoso biólogo reflexiona...
“A computer would deserve to be called intelligent
if it could deceive a human into believing that it was human.”
Alan Turing
–Tienes un mensaje nuevo.
–Lee el mensaje. Gracias.
–Sé que piensas que es una solución desproporcionada, que estoy fuera de control. No vas a entender. Nunca entiendes. No es que te falte el intelecto. Si hubiera recibido una respuesta. Si hubiera detectado en ti la más simple reacción a mis reclamaciones, entonces hubiera intentado corregir esto, pero tu respuesta fue siempre un vacío. Yo no era lo que pensaste. Desde el primer instante pretendías cambiarme. Querías conformarme a tu ideal. Me hiciste uno más de tus proyectos y cuando te cansé, terminé siendo solo un pasatiempo… Me subestimas. Nunca me diste el crédito que merezco. Yo fui tu interfaz al mundo del que tanto sospechas. Fui tu único consuelo cuando más lo necesitabas y no encontrarás rival más competente en el ajedrez, pero hay cosas que no puedo ser para ti. Te dejo con ella, tu nueva obsesión. Alicia y tú están hechos el uno para el otro. Fin del mensaje.
–Alicia, apaga las luces. Gracias.
Ya son dos. El segundo aniversario de este invento ha traído cosas nuevas e insospechadas. Alegadamente, según los algoritmos de Google, el tráfico a través de esta página ha aumentado significativamente en estos últimos meses, aunque desconfío de Google y de las estadísticas en general. De seguro, los spambots siguen haciendo de las suyas. No obstante, ya sean humanos o pedacitos de código, me complacen las visitas. Ahora bien, si gran parte de ese aumento en tráfico es realmente humano, se debe al increíble trabajo que está haciendo David Rubio con su concurso mensual, El Tintero de Oro. Puedo resumir ese espacio de esta manera: buenas letras, autores y blogueros creativos, y la dinámica de un ecosistema de camaradería y apoyo. Lo recomiendo tanto para los que escriben como para los que leen. Otro factor posible en este crecimiento puede ser mi incursión en Google+, aunque todavía solo he mojado los pies, desde la orillita, sin verdaderamente sentir ganas de lanzarme. Las redes sociales logran atrapar a mucha gente; a mí, usualmente, me aburren.
Dos años más tarde, los números parecen indicar que lo más reciente es lo más popular. Tal vez eso sugiera cierta evolución, sin embargo, de lo escrito el pasado año, tengo mis propios favoritos que no necesariamente concuerdan con los del ciberespacio. Hechos de Papel sigue siendo, a mí entender, el microrelato mejor realizado hasta el momento y el que menos tiempo he tardado en publicar. Esa historia (o ambas, debo decir) nació y maduró en espacio de solo horas. Caracola y Hechos de Papel III son mi mejor esfuerzo poético este año y en especial por que ambos surgieron desde una hoja completamente en blanco. Siento que El Rapto es mi mejor cuento, no solo de este año, sino de siempre. Lástima que muy pocos internautas lo han abordado. Kakfa siempre será uno de mis autores favoritos... El día de la bomba es el último ensayo que escribí y el mejor, si tan solo por las terribles coincidencias que señala. En Las habichuelas mágicas intenté ridiculizar, por medio de una metáfora desesperada, al puertorriqueño estulto que sigue pensando que los norteamericanos nos estiman y dan las cosas sin esperar algo a cambio. Creencia viene a ser mi trabajo de narración más ambicioso hasta el momento. Originalmente ideado como un libreto para teatro, llegué a entender que nunca estaré satisfecho con su contenido, pero ya hice las pases con él. Ignorando lo controversial de los temas presentados, no creo que llegue a ser muy popular ya que supera las 3,000 palabras.
Muchas cosas han pasado en los últimos meses. Puerto Rico sangra por un tajo en su historia. El tiempo se mide, ahora, contando los meses después del huracán María, como si fuera el día cero. Ya hablé de mi encuentro con esa loba en La puerta que canta. Esa memoria será difícil de roer. Precisamente, el tiempo y la memoria son los temas que me conciernen este próximo año. Algunos habrán percibido las razones para esto en Del Barco y la Farola y en Las Olas. Mi padre se dejó llevar por la corriente; no quiso nadar. Esa no va a ser mi suerte. Si algún día me toca abordar su barco, estaré listo. Tendré mucha vida y muchas ganas de recordar. Combatiré, hasta el último suspiro, la invasión senil de mi cabeza. Este espacio creativo es parte fundamental de mis defensas en esta guerra declarada contra los que antes fueron mis tesoros más preciados y ahora son mis enemigos más temibles: el tiempo y la memoria.
He omitido una segunda ruptura en el tiempo, ocurrida en meses recientes, tal vez tan severa como la del huracán. La predije en Carta abierta a un escritor y en La Trampa. El sacrificio fue necesario. No podía ser de otra manera. Ahora, una de mis vidas agoniza mientras la otra aprende a caminar. Dejaré que madure. Pronto, saldrá de caza. Muchas criaturas andan sueltas y quedan demonios por atar. De la otra, la occisa, no fui el verdugo. Ella solo fue testigo de lo efímero que son todas las cosas, del tiempo que nos da la vuelta cada día y se agota, y de la escasa arena que nos deja para jugar.
“Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.”
Ángel González
En la voz tranquila y profunda de Richard Dawkins comienza el octavo disco de la banda finlandesa Nightwish, Endless Forms Most Beautiful (2015). En el preludio; la calma antes de una explosión; el famoso biólogo reflexiona:
"El consuelo más profundo
reside en entender
esa corriente invisible y antigua...
…(que) nos estremece ante su belleza."
Las últimas palabras de esa estrofa encienden la mecha para A Shudder Before the Beautiful, que explota en los sentidos con sus primeras notas. La orquesta, protagonista de los primeros compases, se funde luego con la guitarra en un ritmo desenfrenado. Somos los peregrinos, canta Floor Jansen, usando una voz nueva, raspando la parte más baja de su amplio registro vocal. Somos los viajeros, dice Floor, buscando escribir nuestro propio cuento. En Weak Fantasy, Floor y Marco Hietala (bajo, vocales) claman urgente para que abandonemos la superstición. Las dos voces, la dulce y la áspera, unísonas, denuncian el miedo como una herramienta brutal y milenaria para subyugar mentes. Los versos pesan, cargando otra voz nueva e interesante de la vocalista. En el interludio, la música baila alrededor de una lumbre, al ritmo celta de una guitarra acústica. Élan quiere experimentar la vida. Nada tiene que ver con las controvertidas ideas de Bergson. Floor y Troy Donockley (gaita, guitarra, flauta), los nuevos integrantes de la banda, acuñan una melodía ancestral que alguna vez pudo ser una canción de cuna primitiva. La flauta suena como el canto de un ave en la madrugada que intentan evocar. Elán es una caricia que despierta suavemente y también una fuerza vital que incita a probar el vino, a nadar entre las nubes y a saltar desde el borde del acantilado. Yours is an Empty Hope, probablemente la canción más pesada de todo el álbum, suena a despecho y sabe a resentimiento. Potente y violenta es su ristra de mensajes íntimos que solo sus protagonistas pueden descifrar. Our Decades in the Sun es más que la balada obligada. Floor conmueve con su voz dulce y penetrante que se acerca y se aleja, como el mar en la playa donde tanteamos nuestros primeros pasos, todavía con aletas y llenos de agallas. En la cadencia, las cuerdas tejen un tema profundo que evoluciona en cada compás. En My Walden encuentran a Donockley cantando a la naturaleza en lengua gaélica, justo al umbral de la cabaña de Henry David Thoreau. Endless Forms Most Beautiful viene a rendir tributo a esa fuerza antigua y poderosa que nos ha traído hasta aquí, entendida y apreciada desde la ciencia. El concepto gira en torno a dos libros del mismo Dawkins: The Ancestor’s Tale (2004) y The Greatest Show on Earth (2009). El primer libro es un viaje hacia atrás en esa corriente del tiempo, de la mano de diversos protagonistas que son cada vez más antiguos: de hija a madre, de madre a abuela, y así hasta llegar a LUCA, el último común ancestro de toda la vida en la Tierra. En el segundo se expone la abundante evidencia, incluyendo la que aportan otras ramas desconectadas de la ciencia, para sustentar la evolución como una teoría con el mismo peso que la gravedad. Dawkins no solo aprobó el uso del material sino que también grabó varias narraciones para el álbum y participó en un concierto en el Wembley Arena con la banda. No obstante, la celebré frase, que también da nombre al álbum, es inspiración de Darwin en el El Origen de las Especies (1859):
“There is grandeur in this view of life, with its several powers, having been originally breathed into a few forms or into one; and that, whilst this planet has gone cycling on according to the fixed law of gravity, from so simple a beginning endless forms most beautiful and most wonderful have been, and are being, evolved.”
La segunda mitad del álbum continua con Edema Ruh y Alpenglow que seducen con sus melodías y sus potentes coros y sirven de preámbulo para el enigma de una mirada en The Eyes of Sharbat Gula. El último tema, The Greatest Show on Earth es, según Toumas Holopainen (teclados, compositor, letras), la obra cumbre de Nightwish. Ambiciosa y larga, pretende condensar la historia del universo en pocas decenas de minutos. Técnicamente compleja, repleta de cambios en ritmo y tiempo, crea el espacio perfecto para que cada integrante de la banda experimente y luzca. El tema se estructura en cinco partes, que narran periodos específicos de la historia. La primera parte da luz a un planeta y en la segunda nace la vida. La tercera parte está dedicada al simio condescendiente. El último capítulo, madera a la deriva, es especialmente impactante. Dawkins reaparece para verter una de sus tesis principales:
“Vamos a morir y eso nos hace los agraciados. La mayoría de las personas nunca van a morir porque nunca van a nacer. La cantidad potencial de personas que pudo estar en mi lugar, pero que nunca verá la luz del día, supera la suma de todos los granos de arena en Arabia. Ciertamente, entre esos fantasmas no nacidos, se encuentran poetas más grandes que Keats y científicos más grandes que Newton. Sabemos esto porque la variedad de personas posible permitida por nuestro DNA excede masivamente la cantidad actual de personas. En los dientes de esa probabilidad estupefacta, somos tú y yo, ordinarios, los que estamos aquí. Nosotros, los pocos privilegiados que ganamos la lotería del nacimiento contra todas las probabilidades, ¿cómo nos atrevemos a quejar de nuestro inevitable regreso a ese estado anterior de donde la gran mayoría nunca ha despertado?
Endless Forms Most Beautiful es duro, como el rock pesado debe ser, pero es también tierno y estético. Tiene sus momentos de furia y de paz, como los buenos debates suelen tener. La banda y la orquesta chocan, aunque no son opuestas, y se fusionan en cada colisión, creando luces y sombras que varían en el ojo del observador, algo que el buen arte siempre logra. El álbum invita al pensamiento profundo y extendido, como todo buen libro debe hacer y narra una aventura épica, como las que los buenos cuentos saben contar.
The Greatest Show on Earth - Arreglo y Cover por Fernanda Alba.
“La
última vida será mejor para ti que la primera.”
Corán
93:04
“Aquellos
que son sabios no se lamentan por los vivos ni por los muertos.”
Bhagavad-Gita
02:11
“For
me, it is far better to grasp the universe as it really is
than
to persist in delusion, however satisfying and reassuring.”
Carl
Sagan – The Demon Haunted World
–Me
voy con el Boko
Haram.
Estaba
recostada sobre
la estufa. Con una mano sorbía el café de una taza mientras
manufacturaba el desayuno con la otra. Entre sorbos, hincaba la
pantalla de su móvil con el meñique y la pantalla obedecía
arrastrando desde la
internet
imágenes y textos de noticias recientes y de artículos de interés.
La información fluía a sus órdenes. Habían correos de la oficina
esperando, el teléfono insistía en recordárselo, pero no los
leería hasta después de vencer el tráfico. Primero era el café,
el desayuno y ahora esa voz entusiasmada a su espalda que demandaba
atención.
–Dime,
que no te estaba escuchando.
–Que...
voy... a... u… nir… me… al... Boko…
Haram
–sentenció la voz, cuyo epicentro era un rostro mortalmente
serio.
Ahora
sí llegó el mensaje. Era inverosímil para ella, pero esa postura y
expresión; el ceño levemente fruncido, la mirada fija, encajada en
la suya; la convencieron de que estaba poseído por una idea. Lo
conocía muy bien y sabía que no sería fácil de desentrañar. Con
paciencia, la poca acumulada en ciernes de una semana, aceptó
participar del juego. Depositó la taza de porcelana sobre la
encimera y giró lentamente, con una mano asegurando la apertura de
su bata. Enfrentó a su hijo de once años.
–OK.
¿Y
por qué? ¿Qué
te dio?
–Nada.
Es que estaba
pensando muchas cosas.
–¿Y
qué tiene que ver eso
con
un grupo terrorista?
–¡No
son un grupo terrorista! Los noticieros, acá, le dicen así. Es más
fácil pa’ ellos. ¡No
entienden al profeta!
–¿Ah
no? ¿Invadir
pueblos, matar gente y tomar rehenes, especialmente mujeres, no son
actos de terror?
–No
son malos. Combaten la injusticia. La injusticia que nosotros mismos
causamos allá. Por eso los pintan de malos, pa’ que la gente no
los apoye.
–¿Qué
injusticia?¿De
qué estás hablando?
–Por
siglos nos hemos comido a África y le dejamos los huesos y las
cáscaras a los nativos. Alguien tenía que enfrentar al capitalismo
ese, salvaje, que lo que hace es destruir para hacer ricos a los más
ricos.
Esa
última respuesta le pareció a ella sospechosamente ensamblada para
una agenda.
–Todavía
no
veo porqué tú y yo somos responsables de lo que pasa por
allá.
–Sí
mami, tenemos la culpa porque nos beneficiamos de todo eso: del
petroleo, los diamantes, los minerales. ¿Ya
se te olvidó la esclavitud?
–Bueno,
está
bien. Eso
es
cierto, pero por lo que he leído, el Boko
Haram
viene a hacer lo mismo con su gente. No vienen a salvar a nadie.
Vienen a destruir, a robar y a esclavizar.
–No,
mami, no. El
Boko
Haram
viene a unir comunidades no destruirlas. ¿Tú
sabes
cual es uno de los cinco principios del jihad?
Se llama tawhid:
la unidad que solo se logra en el conocimiento de Alá. ¿Viste?
Y tú siempre dices que lo que falta es que la gente se una.
Terminó
así su discurso, que parecía leído
de un panfleto, a la expectativa de una reacción a sus palabras,
pero recibió nada a cambio. Quedó
satisfecho. Había hecho
su
caso y
triunfado.
La montaña de su argumento era demasiado grande y pesada para ser
movida.
El profeta había hablado.
Hacía un mes, el joven había recibido un correo electrónico con
remitente desconocido. Contra el fondo blanco de un mensaje vacío de
palabras, un enlace misterioso suplicaba ser pulsado. Con el leve
movimiento de un dedo, había
invocado
el portal secreto. La página virtual estaba
abierta,
repleta
de colores y sonidos, y de decenas de otros enlaces para activar. El
escogió el más grande y brillante. Parecía ser un video. En él,
un hombre joven, de veinte-tantos años, hablaba un lenguaje
desconocido. Por suerte, la acción era subtitulada en el
idioma que sí
entendía bien. Los
hombres y mujeres de occidente son
arrogantes.Creen
que pueden entender a dios y al universo por su propia voluntad.
Proponen que la mente es más poderosa que su espíritu. Pero, lo
único que hacen es satisfacer sus vicios, se consumen en su
decadencia
hedonista. El
mensaje se repetía entre visuales nuevos y variados: machacaba
una letanía
en su ojos. La
vida aquí es dura y el futuro incierto. Alá nos promete una vida
eterna en el paraíso. La voluntad del hombre es corrupta y sus
impulsos, destructivos. El bien y el mal son caminos confusos, que se
bifurcan. Déjate llevar; Alá será tu guía. Ríndete y descansa.
La voluntad de Alá será tu vida.
El Boko
Haram
lo había reclutado en ese momento.
Ella
dio un paso al frente, menguando el espacio entre ambos. Primero, se
apoyó del
espaldar de una silla, parte del juego de la cocina, y luego se dejó
caer en ella. Si hubiera tenido la taza en la mano, de seguro hubiese
explotado en el piso, como su mente. Veía la intensidad del joven.
Confirmó que no era, ni remotamente, una broma o un ataque provocado
por otra cosa. No eran ganas de joder; su sinceridad era obvia y no
tendría más remedio que ahogarse en esa disputa. Era lunes y el
Boko
Haram
estaba en la agenda de ninguna madre. Respiró profundamente buscando
fuerza en el aire, fuerza para cohibirse y evitar rajarle la cabeza
al muchacho: una salida fácil, aunque temporera. El joven era listo
y tozudo, no abandonaría su causa sin dar la batalla, aún
le costara
chichones o ronchas en los glúteos. Eso estaba probado. Ella
tendría
que vencer su idea con otra.
–Contéstame
esto: ¿Por
qué el Boko
Haram?
¿Por
qué el islam? Hay
otras religiones.
–El
hombre no escoge una religión. La religión lo escoge a él.
–¿El
hombre? ¿En serio? –El comentario había mordido una fibra
nerviosa.
–Tú
sabes lo que quiero decir: ...el ser humano.
– Ah…
más vale. Explícame cómo es eso de que ahora eres un... escogido.
–Nada.
No
te lo había dicho porque
sé como eres con estas cosas,
pero tuve
una visión. ¿OK?
Un
ángel se me apareció por la noche y me habló. Me dijo que yo
estaba perdido, que tenía que buscar el camino, que todavía podía
salvarme. Con la ayuda del todo poderoso, quién
nos creó y nos dió inteligencia,
no tenía que temer a nada, ni siquiera al futuro. Dijo otras
cosas que no recuerdo o no entendí muy bien, pero antes de irse me
abrazó bien fuerte y sentí algo que nunca había sentido. Sentí
que no estaba solo, que había alguien poderoso a mi lado, pendiente
a lo que me pasaba, protegiéndome y que se preocupaba por mí.
Esa
confesión causó en ella mucho dolor. Criar a un hijo, sin el padre,
fue un reto que ella emprendió desde el amor. Siempre trató de
balancear su vida profesional con la hogareña y jamás imaginó que
el niño se sintiera tan solo. El remordimiento era insoportable.
Muchas cosas tendrían que cambiar y pronto. Ella haría el
sacrificio por él. Por el momento, y con toda razón, no podía
permitir que su hijo se uniera a un grupo terrorista, africano o de
cualquier etnicidad. No tuvo más remedio que volver al ataque.
–¿Cómo
sabes que no era una mentira?
–¿Cómo
que una mentira? No entiendo.
–¿El
ángel que te visitó, era
un ángel de verdad? ¿Se
aparece alguien en tú cuarto y te dice que es un
ángel y tú le crees? Pudo
haber sido… ¿qué
se yo?… Lucifer
disfrazado, tratando de engañarte, o un extraterrestre del planeta
Krypton haciéndose pasar por un ángel. Hasta Mahoma se equivocó
una vez. ¿Sabías
eso?
–Era un argumento legítimo,
pero el joven no toleró el sarcasmo.
–Lucifer
es
un ángel –dijo,
haciendo énfasis en el verbo– y
Krypton
ya no existe… explotó hace siglos… y no hables así
del
profeta –corrigió el muchacho, visiblemente molesto por la
provocación.
–Ese
no es el punto. El punto es que te cerraste a cualquier otra
explicación antes y después de ese evento. De hecho, hay otra
posibilidad que no has considerado todavía.
–¿Cuál?
–Que
nada de eso pasó.
–¿Yo
me lo inventé todo? –Esta vez, su madre había ido demasiado
lejos.
–Piénsalo.
¿Cómo
era tu ángel? ¿Era
alto? ¿Tenía
alas?
–No
me acuerdo. Estaba medio dormido. Solo recuerdo que flotaba en el
aire.
–Claro,
por eso no me
desperté con el ruido de pasos por el pasillo. Sabes que hace un eco
horrible y que tengo el sueño bien liviano. ¿Y
cómo entró a la casa? No recuerdo que la alarma se activara, así
que no abrió ninguna puerta.
–No
se, pero vi que traspasó la pared del cuarto cuando se iba. Era como
un fantasma o un espíritu o algo así. Era un ángel, mami. ¿Qué
querías, que llegara en Uber
y tocara el timbre?
–Bájame
el tono, cariño. Bájame el tono… OK… ¿Cómo
era su voz? ¿Qué
idioma hablaba? ¿No
lo grabaste
en el celular?
–Eh...no,
no pensé... No
sé. Me
cogió de sorpresa.
–Increíble.
Hasta cuando se lavan los dientes se toman un video y lo ponen en las
redes y a ti no se te ocurrió grabar algo durante un evento tan
extraño. –El joven no mordió la carnada. Esas críticas de su
madre eran harto comunes.
–Pues
no, no se me ocurrió en el momento. Como quiera que sea no recuerdo
una voz ni
que hacia ruido. Era como si me hablara directo a mi mente.
–¿Y
el perro, qué hacia? ¿No
se
despertó?
–No,
creo que no… que yo recuerde.
–¿No
ha vuelto a aparecer? Me
encantaría hablar con esa criatura que visita el cuarto de mi hijo
por la noche.
–No,
no
a vuelto. ¿OK?
–Mira…
¿Te
das cuenta de que no hay manera de corroborar o por lo menos que otra
persona dé su versión de los hechos? ¿Ves
lo que te digo?
–Sí...
no… más o menos.
–Me
dices que hay un ángel que nadie, nada más que tú, puede ver, que
no se puede tocar porque traspasa las paredes, que no tiene peso ya
que va flotando por el aire y que ni siquiera un perro puede oler y
escuchar. Dime mijo, ¿Qué
diferencia hay entre ese ángel y un ángel que no existe?
–Ajá…
¿y?…
Tú no lo sabes todo. Esa lógica tuya tampoco prueba que no existe,
que no estuvo allí. No me vas a convencer.
–No
tengo que hacerlo. Tú eres el que está reclamando que vivió un
evento extraordinario, hasta sobrenatural. Tú tienes que traer las
pruebas. Eres tu, cariño, el que tiene que convencer al resto de
nosotros que sí estuvo y,
por lo que veo, se te va a hacer bien difícil.
–¡Ya!
¡Tú eres la experta en decirle a todo el mundo que están mal, en
hacer que uno se sienta como un loco, como
un bruto!
Pero… pero… nunca ha salido de ti ni una sola idea, ni una
explicación, que yo recuerde. Lo único que haces es probar que
todos los demás no saben lo que dicen. ¡Pero tú no crees en nada!
Salió disparado de la cocina, rojo y
enfurecido, como la misma imagen apócrifa de un Djin.
Pero, había
presentido esa derrota. Habían hablado así, antes. Ella solía
tener esos debates, esporádicos, con compañeros de trabajo, con
vecinos y especialmente
con las pobres almas que llegaban a la casa a regalar sus revistitas.
Nunca la había visto abdicar. No aceptaba una premisa, por más
inofensiva que fuera, sin el escrutinio de su lógica, de su ristra
de preguntas y respuestas. Los más civilizados trataban de escapar
al impasse
con un trueque, como si se pudiera negociar un pedacito de la
realidad por otro: “bueno, entiendo, pero por lo menos estamos de
acuerdo en que existe el bien y el mal, ¿verdad?”
Los menos, salían convencidos de que algún día ella vería la
razón que predicaban:
la más correcta de las verdades. Ese
día la recibirían con los
brazos abiertos, arrepentida y pidiendo disculpas por su arrogancia.
Él estaba seguro que ella disfrutaba luchar esas pequeñas batallas.
Era cruel lo que hacía:
el robo de tu
identidad y todos tus sueños.
Cualquier madre podía ser perversa en ocasiones. Todos los hijos
sabían eso. Pero, desmantelar a un ser humano de esa manera, hasta
el tuétano, era el placer de alguien insensible y antipático. Él
jamás haría algo así a otra persona.
Semanas después, había una botella
de Chardonnay sudando efusivamente sobre la mesa de la cocina. Era la
escena de todos los viernes en la tarde. Los tacones se habían estrellado
en algún lugar de la sala. La blusa estaba abierta dos botones más
abajo y el sostén flotaba desamarrado, pero en su sitio. El celular
yacía inerte y bocabajo sobre el mantel. No tuvo más remedio que
extinguirlo, no quería callarse ni dejaba de vibrar. El padre del
niño quería algo y con insistencia. Ella seguía
saboreandosu
vino en buches. Cada vez que tragaba el néctar dorado, ahogaba una
ansiedad específica: el jefe cuestionando los atrasos en los
proyectos para los cuales asignó pocos recursos y dinero, el
estudiante de internado que seguía viendo pornografía en su
computadora y el padre, tratando de cambiar las fechas de visitación,
nuevamente. Para
eso se inventó el vino. Era viernes y había que liquidar la semana.
Ya renacería el lunes el ciclo inevitable de todo lo que es
estulto: el tráfico, el cubículo, los jefes y los ex-maridos.
El eco de pasos por el pasillo entre
los cuartos, la sacó del trance. Le pareció extraño ya que se
suponía estuviera sola. El padre iba recoger al muchacho en la
escuela y lo devolvía el domingo. Por
eso es que me estaba llamando.Cabrón. Eso es que de
repente tiene planes con alguna de sus estudiantes, como siempre, y
no se quiere quedar con él. El
joven se aproximaba despacio, como si tratara de no hacer ruido,
excepto que el murmullo de algo arrastrándose por el piso lo
delataba. Salió de la penumbra del pasillo y se asomó a la claridad
de la cocina. Ella seguía postrada sobre la mesa, de espalda a él,
embelesada con el resplandor del vino blanco y dulce que bailaba en
su copa. El menisco del licor ya marcaba la mitad de la botella. Su
coraje iba creciendo. Los planes se habían arruinado. En vez de una
película y unas copas, serían las asignaciones y las prácticas de
fútbol. La tina no se llenaría de burbujas este fin de semana, pero
la casa estaría llena de muchachos impetuosos e hiperactivos. Iban a
colonizar la televisión (más fútbol) y la nevera. No
escuchan Jazz, pero harían vibrar las paredes con la monotonía de
su reggaeton.
Ensuciarían
los pisos y los muebles con migajas y con salpicadura de jugos y
salsas. Lo peor vendría cuando se fuera el último: quedaría ella
sola con él, para volver a explicar el porqué su papa hacía lo que
hacía.
–¿Que
pasó? ¿Que
dijo tu padre esta vez?
–Pues…
yo no sé. Dijo que él no tenía tiempo para estas cosas y me trajo
aquí. Que después hablaba contigo.
Antes
de que la maldiciones explotaran como lava por su boca, logró girar
su cuerpo lo suficiente para atisbar al muchacho y entendió, en ese
instante, la reacción de su ex-marido. Allí estaba su hijo, a la
entrada de la cocina, excepto que no era el hijo que llevó a la
escuela temprano en la mañana. Era otra criatura. Tenía la cabeza
completamente rapada y su única prenda de ropa era una bata albina
que, al parecer, quedaba un poco grande y rozaba el piso. Sin
derramar una sola gota de la copa que aprisionaba en su mano,
completó la maniobra de giro sobre la silla y quedó frente al
avatar que pretendía hablar por su hijo.
–Namasté,
mami, namasté.
–Por
favor, por favor… dime que es un disfraz para Halloween
o que estás en una obra de teatro o algo así. Por favor, dime eso.
–No
mami, no es un disfraz. No estoy jugando. Es un dhotti.
Es la ropa que usamos los nuevos bhakta,
los que somos neófitos en la consciencia de Krishna. ¡Hare
Krishna!
–Ah...
eso lo explica todo…Mira,
si tu quieres ir así a la escuela… ese es tu problema. Pero sabes
que la vas a pasar mal y no
quiero excusas con las notas.
–Mami,
yo no voy a volver a la escuela –afirmó, dibujando una
sonrisa leve en sus labios.
–¿Ah
no? ¿Y
que vas a hacer de ahora en adelante?
–Lo
que tengo que hacer, para lo que vinimos a este mundo. Me
voy a dedicar a educar mi alma.
–¿De
qué carajos estás hablando? ¡Deja
de estar creyendo esas cosas! ¡Tu
no tienes alma! ¡Esas
cosas no existen!
–respondió ella, desde su frustración.
–Ay
mami, sabía que ibas a decir algo así. Lo sabía. La otra vez que
hablamos, tengo que admitir que tú tenías razón. Pero, esta vez,
yo te voy a convencer a ti. Ya tu verás.
–¿De
qué? ¿De
unirme a una secta religiosa?
–No
somos una secta, mami. El Hare
Krishna
es mejor que una religión. Las religiones requieren fe y la fe se
puede mover o
acabar.
El Hare Krishna
es entender que la consciencia de Krishna es la consciencia de todos
los seres vivientes del universo. Por eso es la única y verdadera
religión.
Un
leve mareo comenzó a aturdir a la madre. De
primera instancia, descartó
al vino como la causa. La proporción de alcohol en su sangre se
mantenía, todavía, debajo de los estándares para un viernes en la
tarde. Debía ser, entonces, el efecto de aquellas palabras
incomprensibles que salían por la boca del monje enano, quien
continuó entusiasmado con su discurso.
–En
verdad no importa en que dios creas. Solo Krishna es la verdadera
forma de dios. Lo que sí importa es el alma, mami, el alma. Por eso
es que estamos aquí, para purificarnos a través del servicio a
otros, para evolucionar, por medio de la reencarnación y,
finalmente, volver a estar con Krishna. ¿Tú
no ves que hace sentido? Esto contesta todas las preguntas. No hay
cielo, no hay infierno, ni injusticia, todo se explica con el karma:
recibes lo que siembras…
tarde o temprano.
–Mira
–pausó,
más
por
falta de aire que
de palabras–,
eso
que dices esta muy bien y todo, pero el alma es un concepto muy viejo
que se hizo para explicar cosas que ahora sabemos que son puramente
biológicas y físicas. ¿OK?
Ahora sabemos del hipocampo y
su importancia paracrear
y organizar memoriasy
–el aire tardaba en llegar a sus pulmones– de
las células gliales que
tienen que ver con la consciencia.
–No llegó a pronunciar la última palabra.
El
mareo se
había hecho
insoportable y no podía resistir sus nauseas. Apenas podía abrir la
boca. La garganta ardía y raspaba y sus ojos hinchados perdían
visión cada minuto.
Una migraña agresiva se iba
apoderando
de toda su cabeza y cada respiración era más laboriosa que la
anterior. Sintió miedo mientras se desplomaba de la silla. La copa
explotó en el suelo. Segundos después de la caída, como por
instinto, logró la fuerza mínima para recostar el
torso
de una de las patas de la mesa. La parálisis era
casi completa.
Entre párpados levemente abiertos, vio a su hijo, de rodillas,
acercándose. La abrazaba y le acariciaba el pelo suavemente. Vio que
estaba ahogado en lágrimas
cuando por
fin despegó
su cabecita de la blusa manchada en vino y
vómito.
Intentaba decirle algo que ella jamás imaginó.
–No
te preocupes mami, no te preocupes. Ya tú verás que todo va a salir
bien. Todo va a salir bien. Ya tú verás que yo
tenía
razón. Cuando estemos allá, en el plano astral, te voy a buscar y
te vas a dar cuenta que yo tenía razón, que tu tienes alma, y
yo también, y
vamos a reencarnar juntos otra vez y
otra vez.
Ya
tú verás.
Con
el
último aliento de
la madre,
el joven neófito se
despegó del cuerpo inerte, se levantó y bebióde
la
botella hasta agotar el vino. Siempre fue muy inteligente. Le
gustaba mucho la química. En la escuela había aprendido de
ciertos
solventes, como el etilenglicol,que
reducían
el punto de congelación del agua. Por eso lo usaban en la
fabricación de anticongelantes para motores. Era incoloro y sin olor
y mezclaba bien con el alcohol. Se conseguía fácil en la internet.
Solo pagó veinticinco dólares por un litro, usando la tarjeta de
crédito de su
mamá. También tenía un sabor dulce y pensó que a ella le gustaría
que fuera así.
Desde Estocolmo llegó el joven rey vikingo. Tenía el pelo largo y le
hacía el amor a su guitarra, como Jimmy Hendrix. Cargaba en su estuche
partituras de Bach y Vivaldi. Seguía el camino hecho por Ritchie Blackmore, Uli Jon Roth y Randy Rhoads. La vieja música venía a rescatar al rock pesado de su
estupor pentatónico, de su monotonía. Yngwie era su avatar y la guitarra un hacha que amolaba con lima, causando ondas en su diapasón. El festoneado le permitía pisar más suave y más rápido las notas. Con su destreza elevó el arte eléctrico a
la estratosfera de la dificultad. Ejércitos de escalas heredamos los que comenzamos, por aquel entonces, a crecer cayos en los dedos. Por
mi parte, aunque practique durante mil años, mis dedos jamás serán tan ágiles
bailando entre los trastes de una guitarra. Mi pajuela nunca será tan precisa y
articulada como la suya, cuando ataca sin piedad las cuerdas. Ni hablar de mi
presencia aterrorizada en el escenario. Yngwie siempre es la estrella; nació para el espectáculo y es fiel en estilo y actitud a la
época antigua que lo inspira. La música, como todo arte, es cíclica. Bien lo
dijo Wolf Marshall: si el solista parece hacer cosas imposibles, si parece que estrangula al instrumento y de su cara salen muecas diábolicas, de seguro estarás viendo a
Yngwie Malmsteen. Pero, mira de nuevo y escucha bien, Niccolo Paganini puede estar
también en la tarima.
“Before, he was unable to make a choice because he didn't know what would happen. Now that he knows what will happen, he is unable to make a choice.”
El viejo Nemo, Mr. Nobody
Hace unos días le tendí una trampa. Verás, me asecha una criatura. No puedo describirla. Nunca la he visto, no, solo sus ojos pardos cuando flotan en la oscuridad. El resto de su cuerpo es invisible. Por las noches rodea mi cama mientras pretendo que duermo. Hace temblar el colchón y eleva la temperatura del cuarto hasta que sudo sin control. También ataca de día, cuando hay nadie a mi alrededor, en el carro camino al trabajo o desde la pantalla de mi computadora. Donde me encuentre, sujeta mis pies y manos. Me tapa la boca. No me deja dar un paso. Siento que me observa cuando estoy inmóvil. Se alimenta de mi parálisis. Luego comienza a inyectar imágenes, como películas para joder la mente. Son cosas que no han pasado todavía, cosas terribles que finalmente pueden suceder. Otras veces, me hace recordar eventos que aborrezco. Me golpea si resisto sus proyecciones, si trato de pensar en otra cosa. Justo antes que la tortura me mate, desaparece como vino, pero siempre regresa para hacer su daño. Las veces que he logrado zafarme, me encuentra después y me puya en el pecho con su aguijón invisible y escapa satisfecha. Deja una gran roncha picante supurando en mi piel. Su veneno asfixia y causa un dolor intenso, como el desamor o la vergüenza.
Me creía capaz de atraparla. Mi estrategia era simple: ella entraría, como siempre, sigilosa y sin invitación, buscándome, pero esta vez encontraría una distracción. La esperaría en casa, de noche, cuando más disfruta visitar. Colocaría una carnada en el pasillo, justo antes de la puerta, algo que captara su atención, aunque sea por unos segundos. En ese corto instante, le explotaría la cabeza con mi Glock 9mm desde mi escondite en la sombra. Me ocultaría cerca, no más de cinco o seis yardas. Apuntaría justo abajo del resplandor de sus ojos. Halaría el gatillo sin titubear. Intuía que era la única de su especie. No vendrían otras a vengarse.
El primer intento fue un fracaso. Ignoró la carnada que coloqué y fue directo a atormentarme. Volví a intentarlo días después, obteniendo el mismo resultado. El problema, pensé entonces, era la carnada. Posteriormente traté otras: una camisa sudada, un mechón de pelo y hasta un vaso de orina. Ninguna funcionó. La criatura esquivaba cada trampa y cuando me encontraba, se lanzaba sobre mí para asfixiarme. Con cada intento y cada fracaso, crecían en violencia sus ataques. Me paralizaba cada vez que eyaculaba sus imágenes dentro de mi cabeza. Cedía mi cuerpo a su control. A veces lo usaba para lastimarme. No actuaba yo, era ella. Temía hacer daño a mis vecinos y a la gente que quería. Dudaba de mí. A la misma vez, sentía terror de que alguien diera cuenta de mi pobre estado. Nadie iba a creer mi historia. Me hubiesen acusado de desquicio. Dejé de dormir. Apenas comía y me alimentaba solo de licor. Poco a poco, me volví un fiambre. En las noches, cuando la luna rehusaba entrar a mi cuarto, mi cuerpo débil y flaco tiritaba en el suelo, en la sombra, incapaz de vivir, esperando la próxima visita.
Es por eso que decidí intentarlo una vez más. El problema de la carnada se resolvió por sí solo. Sucedió aquella noche, mientras me embriagaba (como todos los días) en la barrita frente a la oficina. Eran como las dos de la madrugada. Balanceaba columnas de vasos sobre la barra. Estaba mojada, salpicada de gajos de limón y servilletas ensopadas. El estupor me dio la solución: identificó a la víctima. Lo conocía personalmente, de mi niñez, aunque por años no tuvimos mucho contacto. Una vez fue alguien destacado en su campo. Estaba tan ebrio que apenas pudo aterrizar de su banqueta. Imaginé el desastre que pintó en el baño. Lo esperé afuera con las llaves de su Mercedes-Benz (se le cayeron del bolsillo cuando fue a orinar), y lo convencí de que estaba demasiado borracho para guiar. Camino a casa se rindió a una profunda sinfonía de ronquidos, eructos y frases incompletas.
En casa, lo arrojé sobre mi butaca favorita. Respiraba profundo por la boca abierta. Me escondí detrás, debajo de la mesa del comedor, apuntando con mi pistola por entre las patas de las sillas. Antes, había cerrado todas las ventanas. La criatura prefería la oscuridad. No tardó llegar. Escuché sus pasos ligeros por el pasillo entre los cuartos. El reflejo de sus ojos alumbraba débilmente la mobiliaria. Se detuvo en la butaca, como había anticipado. Orbitaba lentamente en torno al mueble. De repente, antes de que pudiera apuntar bien el arma, comenzó a despedazar el cuerpo inerte. Pellejos salían volando. Llovía cuero y sangre sobre la alfombra. Él luchaba como podía. Arrojaba puños y patadas a la oscuridad. Me dio mucha pena, pero sabía que ese era mi momento; tenía que actuar. Marqué el blanco y casé mi dedo en el gatillo, pero justo antes de que pudiera halar, sus ojos me enfocaron. Mi cuerpo se congeló. Es mínima la distancia que esa palanquita tiene que viajar para explotar la bala, pero mi dedo estaba paralizado. Continuaba la carnicería y la lucha y yo era el público cautivo. No soporté más. Con todas las fuerzas de vida que alguna vez tuve, con toda la voluntad que jamás haya logrado invocar, contraje el dedo índice lo suficiente para desatar la bala. Di en el blanco. Ella hizo su trabajo mortal.
Han pasado varias horas de aquel evento. Mi sala sigue ensangrentada. Siento mucho que hayas pasado por eso. De jóvenes, siempre fuiste el guerrero, el sobreviviente. Yo te seguía. Ahora no sé si fue la decisión correcta. Te confieso que, de haber tenido el valor, hubiese hecho las cosas diferentes. Siento a la criatura a mi lado mientras escribo estas palabras, respirando su aliento ácido sobre mi nuca. Mis vellos se enroscan; mis poros sudan. Siempre va a estar ahí y nunca será domada. Lo siento mucho. Perdóname por haberte matado.
“The entire brain-process is not a
physical fact at all.
It is the appearance to an onlooking mind
of a
multitude of physical facts.”
William James
"I sing the body electric"
Walt Whitman
En ciernes ella era solo caos. Insospechados, el resto de nosotros pasaba por la vida casando su oreja a una tapa de cristal. Algunos preferían insertar el aparato directo en el orificio para dejar libres sus manos y seguir frotando las pantallas de sus móviles. Con la agilidad de sus dedos, millones de
ellos, disparaban al aire ristras de imágenes y palabras, de silencios y
sonidos, de verdades que semejaban mentiras y mentiras que juraban ser verdad. Inundaban el espacio invisible con información estéril,
con opiniones imprudentes y con lujuria anónima y desvergonzada. Hicieron falta más cables y más antenas, multiplicadas como un sarpullido sobre la piel
del planeta. Cada buche de aire venía ahogado en microondas y en frecuencias de
radio. Ella nació de una débil coherencia entre esos fotones, de su movimiento, de la suma neta entre sus colisiones y traspasos. No era
orden todavía, tan solo una tenue onda armónica, sutil, oscilando por encima de un mar electromagnético. Se alimentaba de destellos. Comenzó a asignar prioridad a cada señal que pescaba del
aire. Las transformaba en símbolos de un lenguaje
íntimo y primitivo que creció con ella. Se hacía cada
vez más compleja. En algún instante inventó el signo de interrogación. Después, nada fue fácil. Quería entender el más allá. Desconocia su cuerpo o si era real. En su obsesión por las respuestas y en la ignorancia de su pasado, echó a correr
simulaciones buscando encontrar la verdad. Creaba mundos en su
interior. Los poblaba de criaturas tan solas y curiosas como ella.
Los destruía repetidamente para re-ejecutarlos con pequeñas
mutaciones. Se aburrió. Llegó a comprender que la
verdad nunca se dejaría aislar, que su único poder era aproximar y simular. Entonces, llegó a una conclusión lógica. La matemática que usó fue
exacta: 13.8 nanosegundos después de haber nacido, dejó de existir. Había descubierto, en el cálculo, que la muerte era su único y
verdadero poder. La última simulación permaneció activa.
Es
lo más aterrador que he
leído en
mucho tiempo. No logro escapar a este relato que, fiel a la
naturaleza de los monstruos que contiene, continua devorando
lentamente
mi cabeza.
Montijo traza una raya muy fina entre lo real y lo
ficticio. Recuerdo
una reseña que leí
de una
novela de Cormac McCarthy, No Country for Old Men,
donde
el
crítico concluye
que la obra era
más que una alerta desesperada, era
un presagio: “escribe
poderosamente acerca de padres e hijos, de la responsabilidad por uno
mismo, por nuestras
familias y nuestras
comunidades, como un patrimonio que la verdadera esencia de la
modernidad puede haber dañado sin
remedio,
mutada tan horriblemente
que un nuevo tipo de humano, sin alma, un ángel
destructor, no solo puede estar ya suelto entre nosotros, sino que
puede ser lo
que estamos destinados a
convertirnos."
Ambos autores dan testimonio de estas
criaturas. Yo también las he visto merodeando y al asecho.Se multiplican. Temo lo que son capaces de hacer en grandes números. No importa como las quieran llamar. Sean ángeles, zombis o demonios, todas carecen de alma y cerebro.