¿En qué aceite se destilan
las lágrimas de un dragón?
¿Hierven en lava las putas,
flagelando párpados de acero?
¿O se diluyen agudas,
por entre las pestañas de hierro?
¿Las traga amargas por la garganta,
ahumadas, juntas con el miedo?
¿O caen cual letras tiznadas
sobre un poema de fuego?
¿Sufren todas las lágrimas esa muerte?
¿O estalla una flameante en la pupila
angosta y mágica de un reptil ardiente?
Esa chispa dolorosa,
el resplandor de ese incendio,
calca el contorno y da sombra
a la efigie mítica y hermosa
de la serpiente alada, facciosa,
que arde por quemar estelas en el cielo.
Una vez lo creímos ver
al dragón azul ascender
y dibujar su sombra hereje
sobre mil campos de zinfandeles.
Pero no, la bestia estalló.
En rugidos de fuego se esfumó.
El aire ardió en llamas que derriten
el ópalo, y ahora se extingue,
al frío viento del cambio que asesina:
la evolución de las especies.
La furia inhumada bajo las cenizas
de la criatura añil que hoy ya no existe.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario