“La
última vida será mejor para ti que la primera.”
Corán
93:04
“Aquellos
que son sabios no se lamentan por los vivos ni por los muertos.”
Bhagavad-Gita
02:11
“For
me, it is far better to grasp the universe as it really is
than
to persist in delusion, however satisfying and reassuring.”
Carl
Sagan – The Demon Haunted World
–Me
voy con el Boko
Haram.
Estaba
recostada sobre
la estufa. Con una mano sorbía el café de una taza mientras
manufacturaba el desayuno con la otra. Entre sorbos, hincaba la
pantalla de su móvil con el meñique y la pantalla obedecía
arrastrando desde la
internet
imágenes y textos de noticias recientes y de artículos de interés.
La información fluía a sus órdenes. Habían correos de la oficina
esperando, el teléfono insistía en recordárselo, pero no los
leería hasta después de vencer el tráfico. Primero era el café,
el desayuno y ahora esa voz entusiasmada a su espalda que demandaba
atención.
–Dime,
que no te estaba escuchando.
–Que...
voy... a... u… nir… me… al... Boko…
Haram
–sentenció la voz, cuyo epicentro era un rostro mortalmente
serio.
Ahora
sí llegó el mensaje. Era inverosímil para ella, pero esa postura y
expresión; el ceño levemente fruncido, la mirada fija, encajada en
la suya; la convencieron de que estaba poseído por una idea. Lo
conocía muy bien y sabía que no sería fácil de desentrañar. Con
paciencia, la poca acumulada en ciernes de una semana, aceptó
participar del juego. Depositó la taza de porcelana sobre la
encimera y giró lentamente, con una mano asegurando la apertura de
su bata. Enfrentó a su hijo de once años.
–OK.
¿Y
por qué? ¿Qué
te dio?
–Nada.
Es que estaba
pensando muchas cosas.
–¿Y
qué tiene que ver eso
con
un grupo terrorista?
–¡No
son un grupo terrorista! Los noticieros, acá, le dicen así. Es más
fácil pa’ ellos. ¡No
entienden al profeta!
–¿Ah
no? ¿Invadir
pueblos, matar gente y tomar rehenes, especialmente mujeres, no son
actos de terror?
–No
son malos. Combaten la injusticia. La injusticia que nosotros mismos
causamos allá. Por eso los pintan de malos, pa’ que la gente no
los apoye.
–¿Qué
injusticia?¿De
qué estás hablando?
–Por
siglos nos hemos comido a África y le dejamos los huesos y las
cáscaras a los nativos. Alguien tenía que enfrentar al capitalismo
ese, salvaje, que lo que hace es destruir para hacer ricos a los más
ricos.
Esa
última respuesta le pareció a ella sospechosamente ensamblada para
una agenda.
–Todavía
no
veo porqué tú y yo somos responsables de lo que pasa por
allá.
–Sí
mami, tenemos la culpa porque nos beneficiamos de todo eso: del
petroleo, los diamantes, los minerales. ¿Ya
se te olvidó la esclavitud?
–Bueno,
está
bien. Eso
es
cierto, pero por lo que he leído, el Boko
Haram
viene a hacer lo mismo con su gente. No vienen a salvar a nadie.
Vienen a destruir, a robar y a esclavizar.
–No,
mami, no. El
Boko
Haram
viene a unir comunidades no destruirlas. ¿Tú
sabes
cual es uno de los cinco principios del jihad?
Se llama tawhid:
la unidad que solo se logra en el conocimiento de Alá. ¿Viste?
Y tú siempre dices que lo que falta es que la gente se una.
Terminó
así su discurso, que parecía leído
de un panfleto, a la expectativa de una reacción a sus palabras,
pero recibió nada a cambio. Quedó
satisfecho. Había hecho
su
caso y
triunfado.
La montaña de su argumento era demasiado grande y pesada para ser
movida.
El profeta había hablado.
Hacía un mes, el joven había recibido un correo electrónico con
remitente desconocido. Contra el fondo blanco de un mensaje vacío de
palabras, un enlace misterioso suplicaba ser pulsado. Con el leve
movimiento de un dedo, había
invocado
el portal secreto. La página virtual estaba
abierta,
repleta
de colores y sonidos, y de decenas de otros enlaces para activar. El
escogió el más grande y brillante. Parecía ser un video. En él,
un hombre joven, de veinte-tantos años, hablaba un lenguaje
desconocido. Por suerte, la acción era subtitulada en el
idioma que sí
entendía bien. Los
hombres y mujeres de occidente son
arrogantes.
Creen
que pueden entender a dios y al universo por su propia voluntad.
Proponen que la mente es más poderosa que su espíritu. Pero, lo
único que hacen es satisfacer sus vicios, se consumen en su
decadencia
hedonista. El
mensaje se repetía entre visuales nuevos y variados: machacaba
una letanía
en su ojos. La
vida aquí es dura y el futuro incierto. Alá nos promete una vida
eterna en el paraíso. La voluntad del hombre es corrupta y sus
impulsos, destructivos. El bien y el mal son caminos confusos, que se
bifurcan. Déjate llevar; Alá será tu guía. Ríndete y descansa.
La voluntad de Alá será tu vida.
El Boko
Haram
lo había reclutado en ese momento.
Ella
dio un paso al frente, menguando el espacio entre ambos. Primero, se
apoyó del
espaldar de una silla, parte del juego de la cocina, y luego se dejó
caer en ella. Si hubiera tenido la taza en la mano, de seguro hubiese
explotado en el piso, como su mente. Veía la intensidad del joven.
Confirmó que no era, ni remotamente, una broma o un ataque provocado
por otra cosa. No eran ganas de joder; su sinceridad era obvia y no
tendría más remedio que ahogarse en esa disputa. Era lunes y el
Boko
Haram
estaba en la agenda de ninguna madre. Respiró profundamente buscando
fuerza en el aire, fuerza para cohibirse y evitar rajarle la cabeza
al muchacho: una salida fácil, aunque temporera. El joven era listo
y tozudo, no abandonaría su causa sin dar la batalla, aún
le costara
chichones o ronchas en los glúteos. Eso estaba probado. Ella
tendría
que vencer su idea con otra.
–Contéstame
esto: ¿Por
qué el Boko
Haram?
¿Por
qué el islam? Hay
otras religiones.
–El
hombre no escoge una religión. La religión lo escoge a él.
–¿El
hombre? ¿En serio? –El comentario había mordido una fibra
nerviosa.
–Tú
sabes lo que quiero decir: ...el ser humano.
– Ah…
más vale. Explícame cómo es eso de que ahora eres un... escogido.
–Nada.
No
te lo había dicho porque
sé como eres con estas cosas,
pero tuve
una visión. ¿OK?
Un
ángel se me apareció por la noche y me habló. Me dijo que yo
estaba perdido, que tenía que buscar el camino, que todavía podía
salvarme. Con la ayuda del todo poderoso, quién
nos creó y nos dió inteligencia,
no tenía que temer a nada, ni siquiera al futuro. Dijo otras
cosas que no recuerdo o no entendí muy bien, pero antes de irse me
abrazó bien fuerte y sentí algo que nunca había sentido. Sentí
que no estaba solo, que había alguien poderoso a mi lado, pendiente
a lo que me pasaba, protegiéndome y que se preocupaba por mí.
Esa
confesión causó en ella mucho dolor. Criar a un hijo, sin el padre,
fue un reto que ella emprendió desde el amor. Siempre trató de
balancear su vida profesional con la hogareña y jamás imaginó que
el niño se sintiera tan solo. El remordimiento era insoportable.
Muchas cosas tendrían que cambiar y pronto. Ella haría el
sacrificio por él. Por el momento, y con toda razón, no podía
permitir que su hijo se uniera a un grupo terrorista, africano o de
cualquier etnicidad. No tuvo más remedio que volver al ataque.
–¿Cómo
sabes que no era una mentira?
–¿Cómo
que una mentira? No entiendo.
–¿El
ángel que te visitó, era
un ángel de verdad? ¿Se
aparece alguien en tú cuarto y te dice que es un
ángel y tú le crees? Pudo
haber sido… ¿qué
se yo?… Lucifer
disfrazado, tratando de engañarte, o un extraterrestre del planeta
Krypton haciéndose pasar por un ángel. Hasta Mahoma se equivocó
una vez. ¿Sabías
eso?
–Era un argumento legítimo,
pero el joven no toleró el sarcasmo.
–Lucifer
es
un ángel –dijo,
haciendo énfasis en el verbo– y
Krypton
ya no existe… explotó hace siglos… y no hables así
del
profeta –corrigió el muchacho, visiblemente molesto por la
provocación.
–Ese
no es el punto. El punto es que te cerraste a cualquier otra
explicación antes y después de ese evento. De hecho, hay otra
posibilidad que no has considerado todavía.
–¿Cuál?
–Que
nada de eso pasó.
–¿Yo
me lo inventé todo? –Esta vez, su madre había ido demasiado
lejos.
–Piénsalo.
¿Cómo
era tu ángel? ¿Era
alto? ¿Tenía
alas?
–No
me acuerdo. Estaba medio dormido. Solo recuerdo que flotaba en el
aire.
–Claro,
por eso no me
desperté con el ruido de pasos por el pasillo. Sabes que hace un eco
horrible y que tengo el sueño bien liviano. ¿Y
cómo entró a la casa? No recuerdo que la alarma se activara, así
que no abrió ninguna puerta.
–No
se, pero vi que traspasó la pared del cuarto cuando se iba. Era como
un fantasma o un espíritu o algo así. Era un ángel, mami. ¿Qué
querías, que llegara en Uber
y tocara el timbre?
–Bájame
el tono, cariño. Bájame el tono… OK… ¿Cómo
era su voz? ¿Qué
idioma hablaba? ¿No
lo grabaste
en el celular?
–Eh...no,
no pensé... No
sé. Me
cogió de sorpresa.
–Increíble.
Hasta cuando se lavan los dientes se toman un video y lo ponen en las
redes y a ti no se te ocurrió grabar algo durante un evento tan
extraño. –El joven no mordió la carnada. Esas críticas de su
madre eran harto comunes.
–Pues
no, no se me ocurrió en el momento. Como quiera que sea no recuerdo
una voz ni
que hacia ruido. Era como si me hablara directo a mi mente.
–¿Y
el perro, qué hacia? ¿No
se
despertó?
–No,
creo que no… que yo recuerde.
–¿No
ha vuelto a aparecer? Me
encantaría hablar con esa criatura que visita el cuarto de mi hijo
por la noche.
–No,
no
a vuelto. ¿OK?
–Mira…
¿Te
das cuenta de que no hay manera de corroborar o por lo menos que otra
persona dé su versión de los hechos? ¿Ves
lo que te digo?
–Sí...
no… más o menos.
–Me
dices que hay un ángel que nadie, nada más que tú, puede ver, que
no se puede tocar porque traspasa las paredes, que no tiene peso ya
que va flotando por el aire y que ni siquiera un perro puede oler y
escuchar. Dime mijo, ¿Qué
diferencia hay entre ese ángel y un ángel que no existe?
–Ajá…
¿y?…
Tú no lo sabes todo. Esa lógica tuya tampoco prueba que no existe,
que no estuvo allí. No me vas a convencer.
–No
tengo que hacerlo. Tú eres el que está reclamando que vivió un
evento extraordinario, hasta sobrenatural. Tú tienes que traer las
pruebas. Eres tu, cariño, el que tiene que convencer al resto de
nosotros que sí estuvo y,
por lo que veo, se te va a hacer bien difícil.
–¡Ya!
¡Tú eres la experta en decirle a todo el mundo que están mal, en
hacer que uno se sienta como un loco, como
un bruto!
Pero… pero… nunca ha salido de ti ni una sola idea, ni una
explicación, que yo recuerde. Lo único que haces es probar que
todos los demás no saben lo que dicen. ¡Pero tú no crees en nada!
Salió disparado de la cocina, rojo y
enfurecido, como la misma imagen apócrifa de un Djin.
Pero, había
presentido esa derrota. Habían hablado así, antes. Ella solía
tener esos debates, esporádicos, con compañeros de trabajo, con
vecinos y especialmente
con las pobres almas que llegaban a la casa a regalar sus revistitas.
Nunca la había visto abdicar. No aceptaba una premisa, por más
inofensiva que fuera, sin el escrutinio de su lógica, de su ristra
de preguntas y respuestas. Los más civilizados trataban de escapar
al impasse
con un trueque, como si se pudiera negociar un pedacito de la
realidad por otro: “bueno, entiendo, pero por lo menos estamos de
acuerdo en que existe el bien y el mal, ¿verdad?”
Los menos, salían convencidos de que algún día ella vería la
razón que predicaban:
la más correcta de las verdades. Ese
día la recibirían con los
brazos abiertos, arrepentida y pidiendo disculpas por su arrogancia.
Él estaba seguro que ella disfrutaba luchar esas pequeñas batallas.
Era cruel lo que hacía:
el robo de tu
identidad y todos tus sueños.
Cualquier madre podía ser perversa en ocasiones. Todos los hijos
sabían eso. Pero, desmantelar a un ser humano de esa manera, hasta
el tuétano, era el placer de alguien insensible y antipático. Él
jamás haría algo así a otra persona.
Semanas después, había una botella
de Chardonnay sudando efusivamente sobre la mesa de la cocina. Era la
escena de todos los viernes en la tarde. Los tacones se habían estrellado
en algún lugar de la sala. La blusa estaba abierta dos botones más
abajo y el sostén flotaba desamarrado, pero en su sitio. El celular
yacía inerte y bocabajo sobre el mantel. No tuvo más remedio que
extinguirlo, no quería callarse ni dejaba de vibrar. El padre del
niño quería algo y con insistencia. Ella seguía
saboreando
su
vino en buches. Cada vez que tragaba el néctar dorado, ahogaba una
ansiedad específica: el jefe cuestionando los atrasos en los
proyectos para los cuales asignó pocos recursos y dinero, el
estudiante de internado que seguía viendo pornografía en su
computadora y el padre, tratando de cambiar las fechas de visitación,
nuevamente. Para
eso se inventó el vino. Era viernes y había que liquidar la semana.
Ya renacería el lunes el ciclo inevitable de todo lo que es
estulto: el tráfico, el cubículo, los jefes y los ex-maridos.
El eco de pasos por el pasillo entre
los cuartos, la sacó del trance. Le pareció extraño ya que se
suponía estuviera sola. El padre iba recoger al muchacho en la
escuela y lo devolvía el domingo. Por
eso es que me estaba llamando.
Cabrón. Eso es que de
repente tiene planes con alguna de sus estudiantes, como siempre, y
no se quiere quedar con él. El
joven se aproximaba despacio, como si tratara de no hacer ruido,
excepto que el murmullo de algo arrastrándose por el piso lo
delataba. Salió de la penumbra del pasillo y se asomó a la claridad
de la cocina. Ella seguía postrada sobre la mesa, de espalda a él,
embelesada con el resplandor del vino blanco y dulce que bailaba en
su copa. El menisco del licor ya marcaba la mitad de la botella. Su
coraje iba creciendo. Los planes se habían arruinado. En vez de una
película y unas copas, serían las asignaciones y las prácticas de
fútbol. La tina no se llenaría de burbujas este fin de semana, pero
la casa estaría llena de muchachos impetuosos e hiperactivos. Iban a
colonizar la televisión (más fútbol) y la nevera. No
escuchan Jazz, pero harían vibrar las paredes con la monotonía de
su reggaeton.
Ensuciarían
los pisos y los muebles con migajas y con salpicadura de jugos y
salsas. Lo peor vendría cuando se fuera el último: quedaría ella
sola con él, para volver a explicar el porqué su papa hacía lo que
hacía.
–¿Que
pasó? ¿Que
dijo tu padre esta vez?
–Pues…
yo no sé. Dijo que él no tenía tiempo para estas cosas y me trajo
aquí. Que después hablaba contigo.
Antes
de que la maldiciones explotaran como lava por su boca, logró girar
su cuerpo lo suficiente para atisbar al muchacho y entendió, en ese
instante, la reacción de su ex-marido. Allí estaba su hijo, a la
entrada de la cocina, excepto que no era el hijo que llevó a la
escuela temprano en la mañana. Era otra criatura. Tenía la cabeza
completamente rapada y su única prenda de ropa era una bata albina
que, al parecer, quedaba un poco grande y rozaba el piso. Sin
derramar una sola gota de la copa que aprisionaba en su mano,
completó la maniobra de giro sobre la silla y quedó frente al
avatar que pretendía hablar por su hijo.
–Namasté,
mami, namasté.
–Por
favor, por favor… dime que es un disfraz para Halloween
o que estás en una obra de teatro o algo así. Por favor, dime eso.
–No
mami, no es un disfraz. No estoy jugando. Es un dhotti.
Es la ropa que usamos los nuevos bhakta,
los que somos neófitos en la consciencia de Krishna. ¡Hare
Krishna!
–Ah...
eso lo explica todo…Mira,
si tu quieres ir así a la escuela… ese es tu problema. Pero sabes
que la vas a pasar mal y no
quiero excusas con las notas.
–Mami,
yo no voy a volver a la escuela –afirmó, dibujando una
sonrisa leve en sus labios.
–¿Ah
no? ¿Y
que vas a hacer de ahora en adelante?
–Lo
que tengo que hacer, para lo que vinimos a este mundo. Me
voy a dedicar a educar mi alma.
–¿De
qué carajos estás hablando? ¡Deja
de estar creyendo esas cosas! ¡Tu
no tienes alma! ¡Esas
cosas no existen!
–respondió ella, desde su frustración.
–Ay
mami, sabía que ibas a decir algo así. Lo sabía. La otra vez que
hablamos, tengo que admitir que tú tenías razón. Pero, esta vez,
yo te voy a convencer a ti. Ya tu verás.
–¿De
qué? ¿De
unirme a una secta religiosa?
–No
somos una secta, mami. El Hare
Krishna
es mejor que una religión. Las religiones requieren fe y la fe se
puede mover o
acabar.
El Hare Krishna
es entender que la consciencia de Krishna es la consciencia de todos
los seres vivientes del universo. Por eso es la única y verdadera
religión.
Un
leve mareo comenzó a aturdir a la madre. De
primera instancia, descartó
al vino como la causa. La proporción de alcohol en su sangre se
mantenía, todavía, debajo de los estándares para un viernes en la
tarde. Debía ser, entonces, el efecto de aquellas palabras
incomprensibles que salían por la boca del monje enano, quien
continuó entusiasmado con su discurso.
–En
verdad no importa en que dios creas. Solo Krishna es la verdadera
forma de dios. Lo que sí importa es el alma, mami, el alma. Por eso
es que estamos aquí, para purificarnos a través del servicio a
otros, para evolucionar, por medio de la reencarnación y,
finalmente, volver a estar con Krishna. ¿Tú
no ves que hace sentido? Esto contesta todas las preguntas. No hay
cielo, no hay infierno, ni injusticia, todo se explica con el karma:
recibes lo que siembras…
tarde o temprano.
–Mira
–pausó,
más
por
falta de aire que
de palabras–,
eso
que dices esta muy bien y todo, pero el alma es un concepto muy viejo
que se hizo para explicar cosas que ahora sabemos que son puramente
biológicas y físicas. ¿OK?
Ahora sabemos del hipocampo y
su importancia para
crear
y organizar memorias
y
–el aire tardaba en llegar a sus pulmones– de
las células gliales que
tienen que ver con la consciencia.
–No llegó a pronunciar la última palabra.
El
mareo se
había hecho
insoportable y no podía resistir sus nauseas. Apenas podía abrir la
boca. La garganta ardía y raspaba y sus ojos hinchados perdían
visión cada minuto.
Una migraña agresiva se iba
apoderando
de toda su cabeza y cada respiración era más laboriosa que la
anterior. Sintió miedo mientras se desplomaba de la silla. La copa
explotó en el suelo. Segundos después de la caída, como por
instinto, logró la fuerza mínima para recostar el
torso
de una de las patas de la mesa. La parálisis era
casi completa.
Entre párpados levemente abiertos, vio a su hijo, de rodillas,
acercándose. La abrazaba y le acariciaba el pelo suavemente. Vio que
estaba ahogado en lágrimas
cuando por
fin despegó
su cabecita de la blusa manchada en vino y
vómito.
Intentaba decirle algo que ella jamás imaginó.
–No
te preocupes mami, no te preocupes. Ya tú verás que todo va a salir
bien. Todo va a salir bien. Ya tú verás que yo
tenía
razón. Cuando estemos allá, en el plano astral, te voy a buscar y
te vas a dar cuenta que yo tenía razón, que tu tienes alma, y
yo también, y
vamos a reencarnar juntos otra vez y
otra vez.
Ya
tú verás.
Con
el
último aliento de
la madre,
el joven neófito se
despegó del cuerpo inerte, se levantó y bebió
de
la
botella hasta agotar el vino. Siempre fue muy inteligente. Le
gustaba mucho la química. En la escuela había aprendido de
ciertos
solventes, como el etilenglicol,
que
reducían
el punto de congelación del agua. Por eso lo usaban en la
fabricación de anticongelantes para motores. Era incoloro y sin olor
y mezclaba bien con el alcohol. Se conseguía fácil en la internet.
Solo pagó veinticinco dólares por un litro, usando la tarjeta de
crédito de su
mamá. También tenía un sabor dulce y pensó que a ella le gustaría
que fuera así.
Hola. ¿Este es el texto de la linea paralela? Esta muy pero muy bien escrito. Me encanta como empieza el texto, parece una obra de teatro. Tus descripciones son el punto justo entre la parquedad y el detallismo, lo cual hace que uno pueda ir construyendo la situacion del los protagonistas sin perderse en nimiedades.
ResponderBorrarNarrarlo desde la perspectiva de la madre fue una forma muy inteligente de contar la perplejidad que todos sentimos un poco cuando nos enfrentamos a un fanatico.
La madre empieza su ataque con el conocido y brillante argumento de Kierkegaard, y despues arremete con toda una bateria de proyectiles de positivismo logico.
El reproche que el hijo le hace a la madre es el reproche que le hacian a Socrates, jaja, es genial. Falto que le respondiera: - Mijito, yo solo se que no se nada.
"Desmantelar", excelente palabra para el analisis. Desmenuzar tambien me habria gustado.
Lo del Hare Krishna fue inesperado, jeje. Para ser una madre tan inteligente le salio un hijo bastante irracional je.
No digo mas nada porque siempre hay gente que va directo a los comentarios antes de pasar por el texto!
Saludos Sebastián. Un millón de gracias por leer el cuento y comentar! Me alegra mucho que te haya gustado. Mis disculpas por que terminó siendo tan largo, y eso, que extraje toda una sección acerca del cristianismo para usarla en otro relato más adelante. Diste en el clavo en todas tus observaciones. Te juro que pasó por mi mente hacer que la madre respondiera con: "solo sé que no sé nada". Confesión: no sabía que el argumento en la primera parte tiene su origen en Kierkegaard. Desvergonzadamente admito que lo adapté, casi literal, de Carl Sagan, específicamente del capítulo El Dragón en mi Garaje, del libro El Mundo y sus Demonios. Pero nada, ya fui corriendo a mi anaquel y desempolvé mi copia de Temor y Temblor, que también incluye Repetición. A leer se ha dicho!
BorrarCalifiqué el relato como "agradable" irónicamente, en varios momentos me transporté al lugar de la madre (muy hipotéticamente) queriendo darle un abrazo en el cuello al pibe. No voy a tener hijos, tranquilo. Y el final bueno, como para tildarlo de "agradable".
ResponderBorrarPero, coincido con lo dicho por Sebastián sobre ese punto medio entre decir poco y dar detalles, a modo de permitir ir armando el escenario mientras se sigue en la historia. Así que en ese sentido sí fue una lectura agradable.
Por momentos el pibe me parecía demasiado astuto, aunque capás los pibes son más astutos de lo que creo, yo tan acostumbrado a toparme con niños ratas en videojuegos online... Pero sospecho que en su intento de doblegar a su madre, o mejor dicho de que su madre no lo doblegase a él, realmente se había puesto a estudiar las religiones.
Y SPOILER... no resultaba tan fácil conseguir un fusil o armarse una bomba, por que sino volaba la casa para llevarse a la vieja con Alá, jaja.