Allí estaba, tendida sobre la mesa,
desnuda y sumisa, esperando paciente la tortura. El instrumento
flotaba sobre ella, amenazante, en mano de quién la hizo prisionera.
Su cuerpo temblaba levemente al menor roce, al menor suspiro. Quería imaginar que, a la larga, parte del dolor se confunde con placer. Surgieron dudas en la mente de violador; temor y
respeto inspiraban la profunda inocencia de aquella criatura pura. Aun así, sin remordimientos, sin más
preámbulos, comenzó a raspar la piel blanca. Cada tajo añadía
letras rojas
a una
palabra.
Cada palabra completada, dolía más que la anterior. Se detuvo y vio lo
que había hecho. No sabía si era bueno o malo. Pensó rajarla.
Ella se defendió como pudo. Extasiada
del dolor y rendida, comenzó a susurrar: “Allí estaba, tendida sobre la mesa,
desnuda y sumisa....”.
Artista: Peter Callesen
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