Agradezco
a Dream Theater la canción que prestaron para mi última entrada.
Subliminalmente inspiró una historia de cambios y el cambio es el
germen de sus composiciones. De eso se puede escribir una tesis.
Recuerdo la primera ocasión en que asaltaron mis oídos desde una
cinta magnetofónica que tomé prestada (sin permiso) de mi hermano.
Las pequeñas bocinas atadas a mis orejas disparaban una tormenta de
sonidos: pentatónicas en Re o Mi Menor desbocándose por el
pentagrama, silencios abruptos, acordes de jazz y ritmos latinos o
célticos fundiéndose con la furia del rock pesado. La guitarra de
Petrucci cortaba notas más rápido que el sonido. Los aullidos de
Labrie alcanzaban las notas mas altas de la escala. La percusión de
Portnoy (ahora Mangini) marcaba el paso, sincopada y siempre
encontrando un espacio entre cada nota, por más ínfimo. Myung, en
el bajo, narraba una historia tras bastidores con la agilidad de sus
dedos. Kevin Moore en el teclado (ahora Rudess), creaba atmósferas
y melodías evocando a Bach, Bartok o a Stravinksy. Berkely los
juntó, pero no pudo aguantarlos: virtuosismo que explotó en todas
direcciones. Lo que desde un principio fue majestuoso, se convirtió
entonces en un teatro de sueños. Se logró una semilla fértil de
música que clona a sus integrantes continuamente para proyectos
alternos de diversidad sonora aun más impredecibles. Exempli gratia:
el experimento de tensión líquida (Liquid Tension Experiment) y el
cine de pesadillas (Nightmare Cinema), su ego alterno. Brillan hoy
como ejemplo para músicos más jóvenes (o más viejos) de que el
talento, por sí solo, no enciende la mecha. Hay que trabajar muy
duro. Hay que frotar mucho y seguido las piedras. Solo arde la llama,
si se que quema el combustible en las venas, si se ama lo que se
trabaja.
Son suspiros, recuerdos, destellos, puños sobre la mesa y arcos de corriente. Son todos espectros que emanan y se enredan de una música muy especial.
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miércoles, 28 de junio de 2017
El Heavy Metal nuestro de cada día: Dream Theater
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