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miércoles, 28 de junio de 2017

El Heavy Metal nuestro de cada día: Dream Theater


Agradezco a Dream Theater la canción que prestaron para mi última entrada. Subliminalmente inspiró una historia de cambios y el cambio es el germen de sus composiciones. De eso se puede escribir una tesis. Recuerdo la primera ocasión en que asaltaron mis oídos desde una cinta magnetofónica que tomé prestada (sin permiso) de mi hermano. Las pequeñas bocinas atadas a mis orejas disparaban una tormenta de sonidos: pentatónicas en Re o Mi Menor desbocándose por el pentagrama, silencios abruptos, acordes de jazz y ritmos latinos o célticos fundiéndose con la furia del rock pesado. La guitarra de Petrucci cortaba notas más rápido que el sonido. Los aullidos de Labrie alcanzaban las notas mas altas de la escala. La percusión de Portnoy (ahora Mangini) marcaba el paso, sincopada y siempre encontrando un espacio entre cada nota, por más ínfimo. Myung, en el bajo, narraba una historia tras bastidores con la agilidad de sus dedos. Kevin Moore en el teclado (ahora Rudess), creaba atmósferas y melodías evocando a Bach, Bartok o a Stravinksy. Berkely los juntó, pero no pudo aguantarlos: virtuosismo que explotó en todas direcciones. Lo que desde un principio fue majestuoso, se convirtió entonces en un teatro de sueños. Se logró una semilla fértil de música que clona a sus integrantes continuamente para proyectos alternos de diversidad sonora aun más impredecibles. Exempli gratia: el experimento de tensión líquida (Liquid Tension Experiment) y el cine de pesadillas (Nightmare Cinema), su ego alterno. Brillan hoy como ejemplo para músicos más jóvenes (o más viejos) de que el talento, por sí solo, no enciende la mecha. Hay que trabajar muy duro. Hay que frotar mucho y seguido las piedras. Solo arde la llama, si se que quema el combustible en las venas, si se ama lo que se trabaja.


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