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El Heavy Metal nuestro de cada día: Endless Forms Most Beatiful
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jueves, 12 de enero de 2017

Metales Preciosos: Ghost Rider

     La carretera devoró a tu niña. Desde ese día nefasto, irreal, luchaste por rescatar a tu esposa del naufragio, de la chatarra y del humo, de los espectros que ella misma invocó una y otra vez, hasta el final. El cáncer fue un germen oportunista, astuto. Perdiste ambas batallas, la tuya también. Desde el horizonte de un abismo negro y voraz que lentamente te absorbía, dudaste de la criatura (si alguna) que escaparía al otro lado de aquel túnel oscuro. Pero no te entregaste a los caprichos de la asesina. Decidiste enfrentarla en sus propios términos. Cabalgando sobre las llantas orondas de una BMW y con sorbos de Macallan entre paisajes nublados, recorriste los laberintos álgidos del noroeste americano. No huías de algo; solo tratabas de adivinar el próximo paso. Los bosques templados de los antiguos inuit te recibieron sin respuestas. Allí atisbaste al antiguo inukshuk y te pareció que era sorna: algo a semejanza de un hombre.
     Los fantasmas eventualmente se desvanecieron en parte, no del todo, pero te dejaron con la visión clara de ser el cartógrafo de tu futuro. No requerías de copiloto. Los camioneros y los motociclistas (la fauna frecuente de esos capilares viales) no fueron tu verdadera compañía porque, en secreto, escondías a un polizonte. Entre la falda y la barbilla cargabas, protegida del ruido y del viento cortante, a tu pequeña alma: una criatura nueva, metafórica, engendrada por la destrucción. Con valor le enseñaste a andar, a tomar whisky y a leer a Hemingway. Sus padrinos, London y Poe, le mostraron lo brillante y fugaz que puede ser la vida bien gastada. Selena le regaló el placer de maravillarse por la cantidad inmensa de cosas que pueden ocurrir en un solo día. Al final, agotado el camino, milenario en millas, la llevaste de la mano a aprender un arte del cual, para muchos, ya eras el máximo exponente.
     Gracias Neil, por compartir lo indescriptible, por aproximarnos a una experiencia que no logra consuelo. Gracias por tu honestidad brutal, por tu escepticismo, por no tintar las memorias con fantasías masoquistas de planes divinos o promesas de redención. Renegaste valiente de usar un paracaídas celestial; no hay redes debajo del trapecio que es la vida. Andamos, ciegos o no, sobre el mapa que nosotros mismos dibujamos. Gracias por recordarnos que se pueden recorrer todos los caminos, aun los mas empinados, sin saber donde terminan o qué hay después del túnel. De seguro, ni siquiera un túnel hay.


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