Buscar este blog

Etiquetas

El Heavy Metal nuestro de cada día:

El Heavy Metal nuestro de cada día: Endless Forms Most Beatiful
En la voz tranquila y profunda de Richard Dawkins comienza el octavo disco de la banda finlandesa Nightwish, Endless Forms Most Beautiful (2015). En el preludio; la calma antes de una explosión; el famoso biólogo reflexiona...

sábado, 28 de mayo de 2016

Las Olas (05/2016)



 
    Anoche soñé que eras aguaviva. Parecías un hada diminuta, arrebujada en el más cómico de los trajes de baño, con todo y falda de bailarina y alitas de libélula. Te habían instalado flotadores en ambos brazitos. Tenías los pies enterrados en la arena blanda y tu mirada fija y circunspecta, hacia mar adentro, como dejándole claro a ese titán que ibas a entrar. Después te moviste lentamente, titubeando, tratabas de esquivar los caracoles y las piedras amoladas en el suelo incierto. El agua te llegó a la cintura. Luchabas por mantenerte en pie con el vaivén de las olas. Aun así, seguiste infiltrando. El agua llegó a rozar tu barbilla. Bailabas de puntillas un ballet submarino. Vi cuando el mar te haló por las caderas. Giraste por instinto, pero ya era muy tarde, la ola te embestía. No dio tiempo para agazaparte y te robó el poco balance que habías luchado tanto. El mar te sacudió y te enjabonó con espuma. Tragaste agua amarga y masticaste arena mojada. Tenías miedo. Otro halón fuerte te llevó en una dirección desconocida.
 
     Fue tu papá quién te atrapó, como  siempre, a tiempo, entre dos manos inmensas y seguras y te depositó en la orilla. Luego se retiró hacia el mar, hacia tu miedo. Te llamaba con gestos que apenas podías atisbar y sospechabas de sus intenciones. Quería que emprendieras hacia el frente de nuevo, que lo buscaras, que marcharas en contra de las olas empeñadas en suspenderte y empujarte. Intentaste desentender esas instrucciones. Temías vivir de nuevo esa sensación atroz: la asfixia. Tu papá insistía. Diste un paso de fe, luego otro y después otro. El mar te obligó a devolver unos cuantos. Y así ibas: lenta e insegura. Tu papá seguía manoteando. Agitabas las piernas y los brazos en su dirección. Habías logrado avanzar la mitad de la distancia que los separaba, cuando él decidió moverse a una parte más honda. Corregiste tu vector. Tus pies ya no alcanzaban el fondo. Estabas flotando y la mirada de tu padre era tu salvavidas; su cuerpo, un ancla. Una ola inmensa aprovechó esa intimidad y te brincó encima. Rodaste por la arena submarina. Buscabas un escape, pero el mar disfrazaba todas las salidas: no entendías el arriba del abajo y todo daba vueltas. Tu cuerpo trataba de inhalar, pero no querías dejar ir el último buche de vida que guardabas en la boca.

     Entonces, las manos gigantes te salvaron y te devolvieron al principio, nuevamente. Papá regresó al agua y volvió a insistir con sus gestos. Te llamaba con la mano. Tu garganta ardía y tus ojos estaban ahogados en lagrimas invisibles. A penas lograste enfocar su imagen cuando percibiste algo gigante y traicionero que se acumulaba a sus espaldas. Una montaña crecía detrás del hombre incauto. Una cresta espumosa comenzó a escupir desde su tope ondeando y susurraba malvadamente, como si una gigantesca serpiente fuera a tragarlo. El vio el terror en tus ojos, pero hizo nada; tú lo viste a él tranquilo. Viste hundir su cuerpo, de súbito, como si fuera una piedra; la menor de las resistencias puso. Temiste lo peor en ese instante. Pero, tan rápido como la ola lo aplastó, escapó enhiesto, casi disparado, gracias a la misma fuerza del agua. Y así hacía con todas las olas que intentaban doblegarlo. Parecía jugar con el agua en vez de estar en guerra con ella. Esa era la lección que trataba de inculcar: no  aguantes la ola, deja que te mate y que te salve.

RÉQUIEM:
El mar aspira; ya sabes lo que viene. No haremos resistencia. Siempre jugamos por las reglas y no vamos a abdicar ahora. Soy feliz de haberte conocido, aunque más tarde que temprano. Me alegra mucho la casa que construimos: el balcón a vuelta redonda, el tropel de trinitarias desbordándose por la baranda, las caricias del mar envidioso que nos robó tantas chinelas mal puestas. Quizás un día no muy lejano, alguien dará cuenta de nosotros, de nuestra vida y hablará de todas las cosas que hicimos y las que dejamos sin hacer. Nos leerán en un cuento. Aquí llega la violenta pared de espuma a traspasarnos. Viene rápido y furibunda. La tierra no ha dejado de temblar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario