Meissa, su luz me da forma;
una vida que usurpo en la sombra.
Soy el espectro tras el lente,
su depredador prismático,
ladrón que ultraja su cuerpo y mente.
Extraña mi forma de amar, tan mórbida.
Con mi beso de fuego la mato.
Meissa ignora el terrible dato
de que mi alma vaga ausente,
que soy un fiambre atado a su órbita.
Meissa y yo en la danza obtusa.
La atracción violenta nos impulsa.
El orgasmo nunca llega.
Ella, brillante como fue antes
de mi implosión oculta, antes de mi estela,
antes de que mi ego colapsara,
arruinado por su propia sed y hambre.
Mi soberbia deshiló el enjambre
(quebrantó el maldito esquema),
hizo que mi propia luz tragara.
Son estampas del tiempo en rezago,
luz que se proyecta en el pasado,
memoria álgida del futuro.
El viejo Einstein me condena
a torcer el espacio que me rodea
en cascaron: la espiral eterna,
a ser el vampiro de una estrella;
mi hilo de plasma drena la vena.
Aislado por mi horizonte oscuro,
voy a opacar con mi luz negra.
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