“Desciende, pues. Podría también decir: sube.
Es igual. Huye de lo que tiene existencia.
Lánzate a los libros, ilimitados espacios
de las imágenes. Deléitate en lo que
desde hace mucho tiempo no existe.”
Fausto - Parte II, Primer Acto
“You think that’s air you’re breathing now?”
Morpheus
Olvida la algazara y
el ritmo que palpita acelerado. Dame la mano. Nos alejaremos del bullicio,
coreografiando nuestros pasos con cautela por la pista regada de gente. Cuidado con los
codos y las piernas que vuelan. Evita las colisiones; muchos de ellos después
que cogen impulso no saben parar. Escaparemos al trance que producen las luces
estroboscópicas y las varitas luminosas con las que trazan rayas en el aire. Te
llevaré a un rinconcito que conozco bien, a salvo de la monotonía y el aburrimiento,
y que es justo para acomodarnos. Adelante, entra tu primero. Cuidado con el
escalón. Por favor ignora lo rudimentario de la cabina. La madera está vieja y
rayada, pero servirá para sentarnos durante el corto tiempo de nuestra travesura. Sé que la decoración es difícil, pero es
inofensiva, solo más de lo mismo: pentagramas y crucifijos, manus cornutas, algún que otro genital
obsceno y firmas postreras raspadas sobre las paredes. Muchas nalgas han vibrado
inquietas donde reposan las tuyas. Como tú, vinieron a dar el salto. En la
intimidad de esta esquina, apta para indigentes, nos arroparán las olas de un
placer bravío, producto del coito entre lo químico y lo físico.
Abandona esa lucha en
tus entrañas. Puedo ver tu conflicto y está demás. No soy omnisciente, pero sé
que la decisión ya la tomaste. Buscas el conocimiento que solo yo puedo dar. Quieres
satisfacer las más peligrosas curiosidades. Quieres llevar el placer del cuerpo
y de la mente al próximo nivel; siempre lograr un escalón más alto (o más hondo).
Son cosas que no puedes encarnar de los libros o de anécdotas; únicamente se
entienden en la experiencia. Eso soy yo y estoy para servirte. Solo tenemos que
resolver la minucia de los costos. ¡No hay tal cosa como un almuerzo gratis! Yo
también sirvo a un poder y él exige remuneración. Toma, firma aquí. ¿Tu pluma
no escribe? Déjame ver. La tinta está seca. La puedo derretir con mi
encendedor. Listo, ya está. Ahora ven aquí, abre la boca y prueba esto. Nada tiene que ver con pastillas azules ni
con cápsulas rojas. El humo blanco será nuestro guía. Pronto, perseguiremos
dragones.
Sincroniza tus latidos
al pulso del ruido que inunda este rincón. Se acelera; el volumen agotó la
escala. Como consecuencia heredarás un pito agudo: el retoño del ultraje de tus
oídos. Seguirás escuchando su eco obstinado, cuando más duro sea el silencio
que te envuelva. Es un efecto secundario
de la droga que metabolizas. No te preocupes; por ahora solo tienes que
escuchar mi voz... Siente el suelo caer acelerado. Ascendemos en círculos, como
trepando la escalera espiral del castillo de Drácula o la torre de Babel. Levitamos
sobre un campo de pasto despeinado. Nos apartamos con premura. Disfruta la
taquicardia. Siente tus venas acarrear fuego. Ignora el mareo que producen las
ondas subsónicas que bombardean tu cabeza. Contén las náuseas. Sé que estas de
nervios, pero ya pronto viene la mejor parte…
Primero, te voy a
amarrar a mí. No te asustes. A veces las cosas que parecen malvadas resultan buenas.
Nuestra unión es esencial. No solo estoy aquí como guía tentador; también
protagonizo. Sin mí, te perderías en este laberinto de sensaciones. Además,
necesito asegurar que cumplas con el pacto, que no abandones la empresa antes
de agotar todas sus consecuencias psicotrópicas. Levántate, vírate de espaldas y
apóyate del marco de la puerta. Abre las piernas y soporta mi peso sobre ti. No
te preocupes, nadie nos puede ver en la intimidad de esta covacha, aun con la
puerta abierta. No pudieron seguirnos hasta aquí. Estamos fuera del alcance de
su vista, parapetados por la niebla densa que siempre sale a ocultar el suelo. Tengo
que ajustar más fuerte las correas. Ya está hecho. Voy a enredar mis pies entre
tus pies. Acepta mi abrazo que te encierra tenazmente. Encoje los tuyos en
forma de momia y relájate. Rinde tu cabeza sobre mi hombro. Ahora, deja que tu
boca aspire el buche de aire blanco. Traga la escena. Cruza el umbral. Entrégate al ruido, al vértigo
y a mí. A la una, a las dos y a las…
No hay cuenta de tres.
Siénteme cuando me impulso a través de ti y te empujo al abismo de una emoción
exótica. Quedamos fosilizados, fijos en el espacio y el tiempo, y es el resto
del universo lo que da vueltas alrededor de nosotros. Monta la ola de presión
que nos traspasa como si fuéramos construidos de agua. Siente la saliva que se
extingue de tu gaznate, huyendo despavorida, automática, hacia las fosas del
estómago. Es la más inhumana sensación del cuerpo. Muchos la detestan, pero otros
son adictos a sus violentas caricias. Ella implota a tus pulmones y los
arrastra laringe arriba, hasta que los puedes paladear con la punta de la
lengua. Ella te advierte, en su carrera ensordecedora por tus axones, que se
acerca el punto culminante de nuestra travesura acelerada. Ambos, ahora,
pertenecemos al vacío.
Abre los ojos; los
tienes fruncidos. Estas flotando en la falda de las nubes. Estas nadando en el
espacio de la tropósfera. Ven y mira al mundo como lo que es: un óleo sobre
tela, un cuadro impresionista que desenfoca la realidad, que extravió al menos una
dimensión. Los colores cambian. Algunos se diluyen; tú pones los que faltan. La
imagen nos ataca rugiendo borrosa y brillante. Vamos, abre los ojos. Procura
memorizar cada instante, cada visión engendrada por esta rola que te desplomó.
Colapsaste entre mis brazos, como un saco de carne que ahora cuelga de mi
cintura. Te ayudaré a enderezar. Eso es. Endurece y estira los brazos y los
zancos, despacio, como lo hacen los gatos. Ignora el soplo en tus oídos y el
temblor de tus manos sudorosas. Siénteme firme al dorso, comandando con mis
gestos la dirección y el roce de nuestros cuerpos; como lo haría un buen amante
o un buen titiritero. Anda, oscila a mi ritmo, como lo habías practicado en la pista:
una palma primero, luego el codo contrario: el baile de la esvástica. No pares
de inhalar el aire rarificado de esta droga desarmada, que solo mata a cinco de
un millón.
Abre bien los ojos y enfoca. A pesar del dolor intenso de la mirada, logra
atisbar el fin a este relato de sensaciones. La energía de los dioses se quemó
por tus venas: el combustible adrenal que disparó tu cerebro. Tienes la piel hecha
cuero de gallina que se despega del hueso de tu quijada. Veo tus brazos
enrojecidos por el picor de infinitas agujas invisibles. Tu camisa truena desatada contra tu pecho. No
imaginaste el poder ni la fuerza brutal del aire y ahora te estremece la
realidad de su advertencia huracanada. Tu cuerpo se desmayó entero hacia el
suelo hace escasos minutos y ahora no recuerdas como comenzó todo. Cruzaste la
pista de despegue en busca de una experiencia que solo ocurre en el filo de la
moneda del barquero (el del río negro y los dedos de hueso). Nadie te obligó a entrar
en la barriga de mi avión ni a firmar aquel contrato con tinta roja. Cuatro mil
pies de aire es todo lo que resta. Eres
polvo que viaja a toda velocidad. Pierdes la voz en vano. Nadie más que yo te
escucha gritar por encima del zumbido inagotable entre tus orejas. Nuestro
pacto será cumplido; no hay vuelta atrás. El sirviente se volverá el amo. Olvida
el cable que expulsa el paracaídas. Ya es muy tar
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