Monstruo incógnito,
lobo malvado,
deambulas bípedo y erguido entre ellos,
corderitos insospechados.
Son ciegos a la mendacidad de tu rostro,
al disfraz antropoide y majo,
que vela los colmillos del licántropo.
Solo yo sé que te arrastras
ondulando
y entre lujurias, escamas
en secreto
una estela de pellejo
humano.
Escondes bien al
demonio ajado,
tu prisionero atado en la sombra,
al pie de la espiral que
cae al sótano.
Con su lengua borras todas tus máculas,
pintadas con la tinta
hedionda de tu asco,
La aguja calada en tus
vicios tatúa
las cicatrices en su cuero
tajado.
Vives por la mirada fuliginosa
del fiambre en el
maldito retrato.
Eres mi doble, reciprocado;
soy yo detrás de la
tela nauseabunda
y veo el puñal oculto
y afilado.
Tramas el fin de tu aflicción
cíclica,
si desvaneces al genio pincelado,
aquel que sumiso, tragó
tu inmundicia.
Ven, quiebra la necromancia
perpetuando
tu sueño hedonista;
degüella a la puta,
tu alma, que se pudre
en este cuadro.
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