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El Heavy Metal nuestro de cada día:

El Heavy Metal nuestro de cada día: Endless Forms Most Beatiful
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sábado, 5 de noviembre de 2016

Airon Meiden - Parte I



Para el 1989, Wolf Marshall era uno de los ensayistas que más disfrutaba leer y a quien, desde entonces, he tratado de imitar impunemente en muchos de mis escritos. En una de sus columnas regulares titulada Music Appreciation, en la extinta revista Guitar for the Practicing Musician y con motivo del lanzamiento al mercado del disco The Seventh Son of a Seventh Son, el autor comenzaba diciendo:

“There is a mysterious importance to the number seven. Astronomer, mathematician and author of the thirteen volume Almagest, Claudius Ptolemy, credited the moon with governing the cycle of life and death on earth. The moon’s cycle? Seven days. There are seven colors to a prism, seven days to a week, seven internal organs, seven compartments to the human heart, seven musical notes – and now, Iron Maiden’s current release, The Seventh Son of a Seventh Son…” 
 Marshall, W. Music Appreciation. Guitar for the Practicing Musician. January 1989. Vol. 6, No. 3

Más allá de la misteriosa hipérbole y eludiendo cuestionar la exactitud de algunos de los postulados, Marshall muy bien evoca en su introducción el impacto que tuvo el fenómeno de Iron Maiden en la evolución de la música pesada en los años ochenta. Iron Maiden fue pionero en el desarrollo del lenguaje euro-metálico que sirvió de base para la expansión del género y que llegó a su pico de popularidad (no de desarrollo) a final de esa década. Primero, elevaron los requisitos técnicos para un músico en una banda. Ya no era suficiente verse enojado y abusar del alcohol y las drogas; había que poseer conocimiento y destreza por encima del promedio para atacar los desenfrenados ritmos y las complejas melodías. Aunque todos sus integrantes son considerados virtuosos y en el caso de Harris y Dickinson, tal vez lo mejor de lo mejor, el verdadero resplandor lo logran actuando en conjunto. Es sobre la tarima donde la doncella de hierro se forja como un instrumento atronador, preciso, que guía al espectador por los paisajes góticos de su música.
Gran parte de esa magia se conjura en la profundidad lírica que los distanció de muchos de sus contemporáneos. Desde Metallica hasta Lady Gaga, el rock literario y galopante de la banda ha sido la inspiración de millones de fanáticos a través de las décadas. Pero, su legado es aún más polifacético. Iron Maiden también revolucionó el desarrollo del montaje escénico incorporando elementos, decoraciones y tecnología con una continuidad temática y estética, más apta para la opera o en Broadway. El arte de sus caratulas se ha vuelto inmortal. Eddie es una efigie icónica que marca el paso violento y cruel de la historia humana en cicatrices sobre su cuerpo. El monstruo de Riggs sigue engendrando espectros en la forma de tirillas cómicas, video juegos y hasta murales de causas políticas.
En lo personal, fueron un pozo sin fin de signos, ideas, hechos y melodías a descifrar: misterios que rogaban ser investigados. Durante la adolescencia, agoté los laberintos y los viejos anaqueles de la librería Thekes (antes no había internet) en la búsqueda de significados y respuestas. Sus letras despertaron en mí una curiosidad voraz. Mi mente soñaba un universo tan amplio que envolviera a dioses y demonios, donde la muerte no era el fin y a traves de las ciencias ocultas seria capaz de conocer el futuro y el pasado. Fue así que descubrí a la mandrágora y al Muad’Dib, el ratón de Herbert. Mucho del conocimiento al que estuve expuesto en esa época, precursor a inquietudes que nacieron luego, tiene su raíz en algún verso, en un pedacito de caratula o en un solo de guitarra eléctrica. Ésta, tal vez, es la verdadera relevancia de la banda.
A través de los años he tenido la oportunidad de presenciar cuatro conciertos de Iron Maiden, uno en Detroit y los demás en Puerto Rico. Estuve cerca de verlos en mi penúltimo día en Chile, el 9 de marzo de 2008, pero se habían agotado las taquillas. Sus visitas a ese país siempre fueron un evento controversial ya que el Opus Dei había prohíbo a la banda hacer presentaciones allí en el 1992. Seis años más tarde volvieron a esquivar a Chile gracias a la huida de Pinochet a Londres, que tensó las relaciones chileno-británicas lo suficiente para que la banda reconsiderara el evento.  El concierto de marzo se realizó en la nostálgica Pista Atlética de Ñuñoa, famosa por la violenta tortura de Víctor Jara en los setenta. Las reseñas del concierto coincidieron en que fue un evento muy especial.
De haber sido posible, hubiera regresado con la banda en Ed Force One, al mando del capitán Bruce Dickinson. Salían directo desde Santiago hasta San Juan, para participar la noche del 12 de marzo en el concierto que iba a darse en el coliseo Jose Miguel Agrelot, mejor conocido como el “Choliseo”. Ese vuelo de ensueño no pudo ser, así que aterricé el mismo día del concierto en una aeronave comercial procedente de Santiago, a través de Miami. Fueron doce horas y media de tardanzas e incomodidades que, como insulto final, cobraron una camisa manchada de salsa de tomate por un turista torpe y desconcentrado. Pero nada, las historias de vuelos son para otro día. Lo importante fue que llegué temprano al coliseo y me encontré con unos amigos (los mismos de siempre) a darnos unas cervezas frías en lo que caía la noche. Lo demás es historia. Fue una velada especial y mágica, llena de gente, nostalgia y de acordes pesados que acompañaron a la banda en su interminable exploración de la historia, la ciencia ficción, la muerte y el esoterismo. A continuación, mi versión de lo que ocurrió esa noche.


   I —

Murieron las luces. El cascaron del abismo se comenzó a fracturar por rayos de luz blanca que, bailando ebrios, dibujaban círculos en el techo. Los halógenos giraban periódicamente y se cruzaban en la búsqueda de algo, al asecho de objetos voladores todavía sin identificar. Unos segundos más tarde se escuchó el zumbido añejo de monoplanos que parecían merodear sobre nuestras cabezas. Por un momento pensé atisbar a un M-109 haciendo acrobacias y travesuras en el techo del coliseo. Entonces una voz madura y áspera, comenzó a hablar con firmeza y se callaron por un instante. De repente, los dieciséis mil fanáticos comenzaron a recitar al unísono, acompañando al viejo en un discurso que he podido repetir de memoria por más de veinte años, aun antes que supiera quién era Churchill y porque hablaba de esa manera. Sus palabras todavía retumban en mis oídos.

“We shall go on to the end. We shall fight in France. We shall fight on the seas and oceans. We shall fight with growing confidence and growing strength in the air. We shall defend our Island, whatever the cost may be. We shall fight on the beaches. We shall fight on the landing grounds. We shall fight in the fields and in the streets. We shall fight in the hills; we shall never surrender…” Winston Churchill, 4 de junio de 1940

El clamor de Churchill me parece tan apropiado para la Britania de rodillas, a punto de ser ultrajada por Hitler, como para otra isla, hoy, la colonia más vieja del mundo. Estas breves líneas extirpadas de un largo discurso de Churchill ante el House of Commons, evocan un sentimiento patriótico y servirían para inspirar a cualquier revolucionario, aun si se hablaron desde la raíz del imperialismo. La importancia del monólogo, que precede a la carta del Atlántico, trasciende a la historia que lo parió.  No obstante, Steve Harris raptó a Churchill para actuar forzadamente como preludio a los violentos ritmos y hermosas melodías de la canción Aces High (1984). Las guitarras comenzaron su juego de staccato parapetadas detrás de las cortinas. Varias otras luces de colores se sumaron a bailar sobre la tarima. Al cabo de los dieciséis compases, ocurrió una explosión blanca, cegadora, que arrancó el telón revelando el gigantesco andamio por donde actuaba la banda. El tema principal de Aces High invadió con la veloz armonía (tercera menor) de las guitarras al ritmo desbocado de Harris y McBrain. Bruce Dickinson comenzó a disparar los versos. Su voz seguía paralela a los acordes de las guitarras en la melodía intensa de Harris, algo así:



La gira de recuerdos de Iron Maiden que pisó a San Juan en marzo del 2008, intentaba reencarnar el clásico doble álbum en vivo de Live After Death, ocurrido en 1985. Para los efectos, se repitieron variaciones de la misma escenografía y de los artefactos egipcios que decoraron el original. El comienzo del histórico concierto siguió el mismo libreto. Después de las ultimas notas de Aces High, Adrian Smith entró de corrido con la introducción a Two Minutes to Midnight (1984), tal y como lo había hecho en el ’85. Este fue uno de los primeros temas de Iron Maiden que pude descifrar en mi guitarra, hace muchos años. La canción alude al tema insensato del fortalecimiento militar. Años después de escucharla por primera vez, me enteré que la madre Dickinson, uno de los autores, le había confesado recientemente que intentó abortarlo desde el vientre. Eso pudiera explicar parcialmente el coro. Mi parte favorita, sin embargo, siempre ha sido el pre-coro, cuando Dickinson muy ciertamente afirma:


“The killer’s breed, are the demon’s seed,
Their glamour, their fortune, the pain.
Go to war again, blood is freedom’s stain,
But don’t you pray for my soul anymore.”


Para Revelations (1983) Bruce Dickinson hurtó la primera estrofa de un himno de G.K Chesterton escrito en 1906. Me parecen estas palabras tan hermosas y sorpresivamente actuales, que no puedo dejar de citar el himno completo. Perdonen la letra gótica; no pude resistir. Cualquier parecido con la realidad diaria debe ser pura clarividencia:

O God of earth and altar,
Bow down and hear our cry,
Our earthly rulers falter,
Our people drift and die;
The walls of gold entomb us,
The swords of scorn divide,
Take not thy thunder from us,
 But take away our pride.

From all that terror teaches,
From lies of tongue and pen,
From all the easy speeches
That comfort cruel men,
From sale and profanation
Of honour and the sword,
From sleep and from damnation,
 Deliver us, good Lord.

Tie in a living tether
The prince and priest and thrall,
Bind all our lives together,
Smite us and save us all;
In ire and exultation
Aflame with faith, and free,
Lift up a living nation,
A single sword to thee.

La canción sufre por al menos cuatro cambios de ritmo. Steve Harris terminó de adornar la introducción con algunos harmónicos del bajo. Los compases a medio tiempo (4/4) dieron paso a la primera estrofa. En vivo, los tiempos y los silencios amplios de esta canción fueron magistralmente interpretados. Una vez Dickinson agotó las primeras letras, la música explotó en el ritmo galopante que muy bien se considera la huella musical de la banda. Los acordes acelerados eventualmente se aquietaron y el tema volvió a cambiar de tono y ritmo (9/8), al fluir lento y melodioso de otra armonía de las guitarras de Dave Murray y Janick Gers, mientras Adrian Smith simulaba una guitarra acústica arpegiando en La Menor. Es aquí, que el barítono se embarcó en una de sus metáforas más ambiciosas, cargado por el sonido casi acústico de la melodía:

“She came to me with a serpent’s kiss,
As they eye of the sun rose on her lips.
Moonlight catches silver tears that I cry.
So we lay in a dark embrace.
And the seed is sown in a holy place,
And I watched and I waited for the dawn.”



 (Continuará)

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